lunes, 26 de noviembre de 2007

Capítulo 20

El Embarcadero

Eran las seis y media de la mañana y aún no amanecía. Dobladi observó a sus amigos durmiendo la mona, apoyados unos cuerpos sobre otros, algunos semidesnudos, otros excesivamente abrigados. Cada cual donde el último efecto del hedonismo lo había depositado.

- Que tengan un buen día- dijo sin que nadie lo escuchara y bajó por la escalerita de madera.

- Que tenga un buen día, Don Tulio.

- ¡Hic! - respondió el tabernero quien aprovechando el anonimato de las masas también se había colado a la fiesta.

Vladi Dobladi partió de "Los Apóstoles" con una sonrisa. Había llovido durante gran parte de la noche y aún goteaba. Caminó por la calle mirando el lodo que se le metía entre los dedos de los pies. Concentrado en los distintos dibujos que formaban las huellas de anteriores transeúntes sobre la superficie embarrada, Dobladi no se dio cuenta que alguien lo estaba siguiendo.

Un hombre alto y flaco con la cabeza cubierta por una capucha de la que asomaba una prominente nariz, avanzaba a unos pocos metros de él como si fuera su escolta.

De pronto Vladi Dobladi sintió olor a pescado. El extraño se había acercado demasiado. Dobladi se dio vuelta pero no vio a nadie. La calle seguía desierta. Puso sus manos en la cadera y se detuvo un momento. Observó a un lado, a otro. Nada. Sólo el olor a pescado que persistía en sus fosas nasales.

- ¿Quién anda ahí?

El Monje se paró bajo la luz de un farolito, se quitó la capucha y se presentó:

- Mi nombre es Martín Pescador, Señor. Hace días que lo busco. Pertenezco a la Orden de los Hermanos Pescadores de la Santa Barca. Tengo un doctorado en "Espacio, Política y Sociedad en el Mar Caribe". Hace semanas que sabemos de usted. Estudiamos su caso, Señor. He sido enviado por nuestro prior para protegerlo y guiarlo en la travesía. Sígame, Señor. Le mostraré donde debe embarcar.

El Monje volvió a colocarse la capucha sobre la cabeza y aceleró el paso. El perseguidor se había transformado en el perseguido.

Agitados por la veloz corrida, llegaron a la zona portuaria de Barranquillas. Había muchos barcos, de todo tipo y tamaño, a motor y a vela, como si fuera un puerto sin tiempo ni medida. El Monje hizo una seña con el dedo indicándole a Vladi Dobladi una fuerte luz que brillaba a lo lejos y hacia allí avanzaron. Junto a uno de los embarcaderos, un indio cargaba una red de pesca en una larga canoa donde una mujer esperaba a su hombre afilando un cuchillo. En el fondo de la embarcación, llevaban un fogón sobre capas de turba. El fuego, primordial fuente de calor y luz, era atendido por un niño.

- ¿Una góndola? -preguntó Dobladi. ¿Voy a cruzar el mar en una góndola?

- Aunque parezca, no es una góndola, Señor. Es una canoa yagán y esta familia de indios yaganes nos transportará hacia el objetivo. Cada primavera construyen la embarcación que los albergará durante todo el año. Confíe en ellos, pasan la mitad de sus vidas en las barcas.

Dobladi miró al cielo como buscando la señal y dijo:

- Que sea haga tu voluntad.

Luego ambos se embarcaron. El Padre desató el cabo de amarre, La Madre comenzó a remar y El Hijo continuó cuidando del fuego. El Que Vio La Señal ya estaba en la barca.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Capítulo 19

La Fiesta


Foto: Dieguitez Petriluski

Vladi Dobladi hubiera preferido marchar en ese mismísimo instante hacia el siguiente capítulo, pero era consciente de la importancia que La Fiesta podía adquirir, con el transcurso de los años, como base para la constitución de su propio mito, y, consecuentemente, para la construcción de esta novela. La ruptura con el pasado se había tornado irreversible. La sustitución de símbolos debía ser tajantemente clara para toda la población.

- ¡Bienvenidos amigos! ¡Bienvenidos a todos! Damas y Caballeros, esta es ... ¡LA FIESTA!- El Zar Gamai había contratado a Pepe Guyi, el animador más popular de la televisión estatal, cuya voz en off inauguró el evento.

El equipo de animación de Pepe Guyi actuó con rapidez. Sin que nadie lo notara, aprovechando la oscuridad que la ingeniosa puesta de luces les otorgaba, los hombres del Guyi Team hicieron desaparecer los platos, la comida, las sillas, los tablones y los mantelitos de plástico. La nueva escenografía era una pista setentosa a lo Fiebre del Sábado por la Noche, con grandes almohadones repartidos por todos los rincones.

Pepe Guyi, con su traje negro y su camisa de cuello ancho y color rojo esmeralda, abierta hasta la punta del esternón, mostrando la pelumbre de su pecho, inició su descenso a través de la gran claraboya, a bordo de un miniescenario colgante personalizado con micrófono incorporado por el cual completamente arrebatado anunciaba:

-No será este un adiós, Vladi Dobladi, te diremos: ¡Hasta Luego!, ¡Hasta la victoria! ¡Forever, compañero! - y el eco de la palabra compañero pronunciada por Guyi quedó suspendido en el aire repitiéndose durante varios y aletargados minutos. Mientras tanto La Doris Day, cada vez más enajenada, arremetía con acelerados covers de La No Smoking Orchestra.

- ¡Vamos con las palmas! ¡Con las palmas!

La voz rasposa de Almond Day clamaba por más aspirinetas. Steve, Simon y Johnny, acompañaban el talento de su hermano mayor con graciosos coros y morisquetas.

En el momento del aterrizaje de Guyi, tres hermosas y regordetas ninfas, montadas en hamacas ornamentadas con florecillas multicolores, hicieron su aparición y comenzaron a pendular entre los invitados arrojando claveles al aire. Muchachotes disfrazados de gauchos con el torso desnudo y bombachas de cuero obsequiaban chupitos que servían como tiro con las botellas que llevaban en sus caderas cual si fuesen revólveres del Lejano Oeste. Conejitas, sí, auténticas conejitas con zapatos de tacos, medias caladas y orejitas de peluche, vagaban entre los presentes con sus bandejitas colmadas de cigarrillos. Odaliscas. Concursos de baile: lambada y tango. Concurso de senos: camisetas mojadas. Cuando pintó el bajón, el animador pegó tres chiflidos, y entonces como espectros, brotaron de la nada Pirilo y sus sobrinas, en roller, trayendo bandejas familiares con las clásicas Fugazzettas desbordadas de aceite y granos de sal gruesa. Media hora después, como último acto, el mismo Pepe Guyi con su barra móvil, empujada por una pareja de tetonas amazonas con trenzas espesas, agitó alquímicas cocteleras y sirvió los mejores tragos.

- ¡Qué organización, Doctor! -gritó Ernesto Botaya que trataba infructuosamente de sentarse en un taburete con rueditas para estrechar la mano de Pepe Guyi.

- ¡Más kechu! -exigió el Jose Angel Garcilaso Abdul-Kabdul López y Carpintero mientras agitaba el esqueleto en medio de una rueda formada por azafatas de Aerolíneas Astrolábicas.

Chicho Serna y García Márkez arrojaban serpentinas contra el pibe Valderrama que las paraba de pechito y luego las pateaba a la tribuna.

Con humildad y sencillez de corazón, Dobladi aceptó las ofrendas que sus amigos, entre copa y copa, le fueron acercando hasta el almohadón en donde reposaba observando mansamente el acontecer de los sucesos.

El Maestro golpeteó con la cucharita en el borde de la copa haciendo "klink klinnnk", pidió permiso a los presentes y recitó a viva voz un poema épico de su autoría titulado "Loa a la Profundidad de la Señal". El poema, compuesto por nueve estrofas escritas en octavas decasilábicas, era un relato de las aventuras compartidas y una glorificación al amor filial que los unía.

La única estrofa que aún se conserva en la Biblioteca de Barranquillas, decía:

Observad sobre Zárate y Quito

sus felices ideas sostener.

La victoria el guerrero chiquito

algún día merece obtener.

Mas la gloria a la fuga se ha dado;

imposible resulta acceder

a la Isla de la Fantasía.

¡Montalbán podría condescender!

Luego fue el turno de Terry Perronel quien le obsequió la auténtica receta de la Sopa Sanpedrina de Pescado (*), escrita en el papel envoltorio de un paquete de yerba.

- Haceme caso, Dobladi. Cuando terminé con la cuarentena, de primer plato te prepará esta sopita y despué me contá.

- La paz esté contigo

- Y con tu estómago.

Minutos después se arrimó Jaleo López.

- Vale tío, que también te he traído un presente de despedida.

Dobladi abrió el atadijo y sacó una bota de vino.

- La he llenado con Binissalem del bueno, del Ribas, hombre, para que te lo bebas cuando llegues a destino.

- Cuando sea la hora, lo beberé sin piedad

- El hombre es lo que bebe.

- Así se habla. ¡Eso es salud, compañero! ¡Y a gozarla!

El último en acercarse fue el Zar Gamai.

- Dobladi, sabemos ya que no es la minería, ni la agricultura, ni la capacidad industrial, ni siquiera el comercio exterior; sino que es El Conocimiento, el verdadero manantial de donde brota la riqueza.

- Al parecer esa es la llave; no hay dudas.

- Pero ¿qué es el conocimiento?

- No lo sé.

- Yo tampoco. Sin embargo te regalaré tres palabras. Me han sido de gran utilidad. Si tu excursión te conduce hacia una situación sin solución, emplea estas palabras, cual si fueran mágicas, sin vacilación. Confío en que este conocimiento hará explotar toda tu capacidad de innovación y te sacará de apuros.

El Zar Gamai metió su mano en la chaqueta, sacó su agenda de bolsillo y un lápiz. A continuación se pasó la mano por la barba, acariciando los pelitos canosos que pululaban por su perilla, y escribió uno a uno los tres vocablos. Luego arrancó la hoja, la dobló en cuatro y se la entregó a Dobladi que se la guardó en el bolsillo.

- Alabada sea La Señal, amado Gamai. Gracias por haber venido.

- No hay fronteras, amigo, en el mercado de las solidaridades.

(*) Nota del traductor: La Sopa Sanpedrina de Pescado es una variante de la Sopa Mallorquina de Pescado. En lugar de preparar el caldo con pescado de mar, se utilizan las espinas y la cabeza de una boga del Paraná.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Capítulo 18

La última cena

Atardecía. Dobladi llegó hasta el muelle donde sus amigos pescaban. Llamó a El Zar Gamai y a Jaleo López y les dijo:

- Vayan a prepararnos lo necesario para la cena.

Ellos le preguntaron:

- ¿Estás bien?

- Sí, sí, estoy bien. Vayan y hagan los que les mando.

El Zar y Jaleo se miraron sorprendidos y tomándolo con humor aceptaron seguirle el juego.

- ¿Y dónde quieres que la preparemos?

Dobladi les respondió:

- Caminen derecho por esta calle. Cuando lleguen a la Avenida, se cruzarán con un señor de bigotes que lleva una damajuana de vino tinto. Síganlo hasta la taberna en donde va a meterse, vayan hasta el mostrador y díganle al cantinero que El Que Vio La Señal quiere saber si esta misma noche se puede comer algún bocadillo. El tipo los llevará por una escalerita de madera hasta un lindo salón que tiene en el piso de arriba, allí encontrarán caballetes y tablones.

Los amigos sonrieron y, sin más interrogantes, partieron rumbo a la Avenida. Encontraron al hombre de la damajuana, lo siguieron hasta el bar "Los Apóstoles", hablaron con Don Tulio Alpedín Dongui, un octogenario muy simpático, quien les alquiló un lindo salón con vista al mar, en la planta alta de su comercio de expendio de bebidas alcohólicas. Todo había sucedido como Dobladi les había dicho que iba a suceder, entonces prepararon todo lo imprescindible para que la cena fuera digna de ser recordada por miles de años.

Llegada la hora, Dobladi se sentó a la mesa con sus amigos. Estaban todos. A la derecha, El Maestro y junto a él Jaleo López, el Zar Gamai y Ernesto Botaya, que de casualidad pasaba por ahí y se quedó a picar algo. A la izquierda, Perronel, La Flaca y los perronelitos.

Dobladi, con la mirada serena, como en un trance posquirúrgico, observó a uno y otro lado de la larga mesa y les habló:

- He querido compartir esta cena con ustedes antes de mi partida a Jamaica, porque les aseguro que ya no probaré más trago hasta que llegue a la ansiada isla.

Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

- Libustrina y calefón. Desde que inicié este viaje he tratado de discernir el verdadero significado de estas palabras. Los dos vocablos se unen por una extraña alquimia ajena a mis conocimientos, llegan hasta mis labios ausentes de voluntad y salen hacia el exterior para que alguien las escuche y las explique. Pero hasta el día de hoy eso no sucedió. Así que no se aflijan.

Al notar que a ninguno de los presentes le importaba mucho el asunto, Vladi Dobladi cambió de tema:

- Bebed y comed en memoria mía todos los santos días. Recibirán el llamado de El Que Vio La Señal a su debido tiempo y vendrán a mi encuentro. No apaguen sus celulares. Ustedes son los que permanecieron fieles, los que siempre se mantuvieron a mi lado, los que nunca me negaron, los que no mintieron cuando el alguacil anunció las tormentas. Nos hemos empachado juntos. Hemos sufrido gastritis y úlceras. Nuestros intestinos, nuestros hígados, nuestros estómagos patearon al unísono. Hemos compartido el síndrome del colon irritable, las contracciones rápidas y espasmódicas, diarreas y estreñimientos. Hemos fracasado infinitamente, como ningún grupo andante y sonante lo ha hecho antes. Creo que ha llegado la hora de la verdad, creo que ha llegado la hora de separarnos. Esta misma noche debo partir pero no quisiera irme sin antes dejarles un pequeño recuerdo, un sincero homenaje. ¡Que suene la música! ¡Salud amigos!

Por la escalerita de madera que comunicaba la taberna de Don Tulio con el salón de arriba, aparecieron los hermanos Day interpretando su propia versión de "The Monkey Man". Empezaba La Fiesta.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Capítulo 17

De una continuidad no forzada surgida en la duermevela

Triunfante absoluto en las elecciones, Perronel se dispuso a gobernar según el mandato de las bases sociales que lo habían llevado al poder: buena comida para toda la población y un puente para que sus amigos pudieran dar feliz conclusión a su aventura.

Sin embargo, a las pocas semanas, de haber asumido el gobierno, Perronel llamó a sus amigos y los convocó a una reunión de gabinete.

- Muchacho, tenemo que hablar.

El rostro de Terry Perronel preanunciaba que lo que iba a decir no era una buena noticia.

- Hasta acá llegamo. Todo lo ingeniero que consultamo dicen que el puente no se puede hacer, dicen que es una locura. Lo siento, muchacho. Se hizo todo lo que se pudo.

Jaleo López y El Maestro intentaron darle una vuelta al asunto, preguntaron, interrogaron, propusieron, pero Perronel ya había probado con todo.

Dobladi rompió su silencio.

- El Que Vio La Señal subirá a la barca.

- ¡¿Qué?!

- Que es mi tiempo el que se ha iniciado. El tiempo del héroe. Tiempo del guerrero de la luz. La amistad que ustedes me brindaron ...

- ¡Salud! - gritaron al unísono López y El Maestro.

- La amistad que ustedes me brindaron fue el amuleto que atrajo la suerte para que esta travesía llegará hasta este destino. Les agradezco de todo corazón por sus esfuerzos y sus briosas voluntades, pero ahora debo continuar solo por este camino que aquella señal me impuso hace ya tantas jornadas.

Después de hablarles así, Dobladi se fue y se ocultó de ellos por el resto del día.