lunes, 3 de noviembre de 2008

devora máquina plástica implacable
mastica bosques consume interferencia
entre ternura magia y displicencia
comodidad ignorancia del ocio
creerse sabios creerse vivos
vociferar repeticiones
al estilo
"mueran los salvajes unitarios"
y al rato
blandir el sable la pluma o la palabra

miércoles, 11 de junio de 2008

¡Venceremos!


Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz

Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerse en pie
Cuando se rebelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared

Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla,
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré.

Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no reconozca ni mi voz

Cuando me amenace la locura
Cuando en mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O si alguna vez me faltas tú.

Resistiré, erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla,
Pero siempre sigue en pie
Resistiré, para seguir viviendo
Soportaré los golpes y jamás me rendiré
Y aunque los sueños se me rompan en pedazos
Resistiré, resistiré.

lunes, 21 de enero de 2008

Capítulo 25

Donde por fin se cuenta el fin.

Propulsado por su propia soledad, Dobladi abandonó la aldea y luego de aletear un rato por aquí y por allá, probando el sistema aéreo, vislumbró entre dos bahías, las hermosas e inmensas playas de El Paraíso. Sobrevoló la zona durante algunos minutos hasta que localizó la torre de El Castillo Hotel Inn. Su bautismo de vuelo había sido demasiado abrupto y si bien había comenzado a agarrarle la mano al asunto, aún no manejaba con habilidad las artes del buen planear. Buscando la manera de descender sobre una de las terrazas del complejo turístico, se topó con El Ogro al que reconoció fácilmente debido al tono verdoso de su piel. El horrible engendro, en musculosa y slip, disfrutaba de un Campari con Naranja, a un lado de su piscina particular.

- ¡Fuera de mi solarium, bicho repugnante! -gritó El Ogro al divisar a aquel ser volátil que revoloteaba sobre su grasosa y rubia cabellera.

- No soy un bicho, soy Vladi Dobladi, El Que Vio La Señal, El Que Vino De Lejos, El Que ...

El Ogro tenía más de cinco metros de altura y calzaba cientodieciocho. Se sacó una ojota y la lanzó contra Dobladi que cayó de boca contra el piso.

- ¿Sabés quién sos vos? ¡Vos sos El Que Cayó De Boca, gil! - se burló el gigantón.

Luego se incorporó con pesadez de su reposera y se dispuso a acabar con aquella molesta alimaña que había osado interrumpir la paz de su morada. El Ogro se paró frente al cuerpo desparramado de Dobladi y lo miró con una expresión de hondo desprecio. Después alzó la cientodieciocho como si se dispusiera a despachurrar una cucarachón, pero Dobladi que había adivinado la intención, se hizo a un lado justo un segundo antes de que aquella olorosa y gigantesca pata aplastara su existencia contra el piso. Acto seguido, con la agilidad de un danzarín soviético, se puso de rodillas y tomando la empuñadura de su pesada espada con ambas manos, la levantó sobre su cabeza y la bajó con tal violencia que de un solo golpe cortó el pulgar de ese pie espeluznante. Con una de sus garras delanteras, El Ogro intentó tomarse la herida tratando de detener la hemorragia. Sin perder una fracción de segundo, Dobladi dio un salto sobre la pata sana y repitió la operación quirúrgica amputando el otro pulgar. El monstruo perdió el equilibrio y cayó de espaldas en la piscina.

- ¿Te rendís? -preguntó Dobladi.

- No

El Ogro quiso levantarse pero había quedado atascado. Lanzó un sopapazo al pequeño y dañino bicharraco, pero no pudo dar en el blanco. Un líquido espeso y rojo fluía a chorros desde aquellos huecos que quedaron abiertos donde antes había pulgares. Dobladi hundió sus dientes en el lóbulo de la oreja derecha y lo mordió con tanta fuerza que lo arrancó de cuajo.

- ¿Te rendís ahora? -volvió a preguntar el valiente luchador americano mascando el cacho de carne.

Impresionado por tanta sangre y retorciéndose de dolor, El Ogro sintió que le bajaba la presión. Débil y jadeante, se puso a llorar clamando misericordia.

Rayaba el día cuando el noble guerrero abrió la puerta de la suite presidencial. Los primeros destellos del alba iluminaban la piel negra de una hermosa joven que dormía profundamente sobre un reconfortable sommier de dos plazas. Dobladi tomó una silla y se sentó frente a ella. Tuvo ganas de acariciarla, ganas de despeinarla. Nunca había experimentado tanto deseo. Se inclinó sobre el agraciado rostro de la muchacha y la besó. Apenas sintió el roce de sus labios, la bella aldeana abrió los ojos. Miró con ternura a Dobladi, El Que Ya No Se Sentía Solo. Las manos de la mujer se aferraron al cuello del hombre que la alzó en sus brazos y la estrechó contra su cuerpo. Sus bocas volvieron a encontrarse una y otra vez mientras bajaban las largas escaleras buscando la salida.

La muchacha quiso conocer el nombre de su salvador.

- Vladi Dobladi, El Que Vio La Señal, El Que Viene De Lejos. ¿Y el tuyo?

- Jamaica - dijo ella con una sonrisa.

Ese mismo día se celebró la boda.

lunes, 14 de enero de 2008

Capítulo 24

En La Isla.

Dobladi no veía el sol desde aquella tarde en que la canoa se internó en Darklinglandia, y de eso hacía ya mucho tiempo, tal vez días enteros. El cielo estaba completamente despejado. No había ni una sola nube en la gran bóveda celeste. Ni vientos huracanados, ni tempestades, ni marejadas, ni probabilidades de chubascos aislados. Con la luz del sol pronto descubrieron que la corriente los había transportado hasta una isla. El lugar donde habían encallado era una pequeña playa rodeada de peñascos.

Tan pronto como puso sus pies en tierra, Dobladi empezó a murmurar tratando de atar cabos.

- Estamos en Jamaica. Estamos en Jamaica. Esa fue la señal. El estallido. La Diosa lo sabía. Lo sabía.

- ¡Claro que sí, Señor! Ha de ser la isla soñada -trataba de confirmar El Monje mirando alborozado a uno y otro lado.

Estaban en una isla. Pero era una isla un tanto áspera y rocosa. Se veían pocos pastos y sólo a lo lejos algunos árboles. Nada que ver con la folletería turística que Vladi Dobladi había recibido en su adolescencia y que desde entonces venía alimentando una imagen completamente distinta de aquella realidad con la que entonces se topaba.

- No sólo de ilusiones vive el hombre - reflexionó Dobladi en voz alta.

Un poco después vieron llegar a uno de los habitantes de aquel sitio. Caminaba muy tranquilo ajeno a los maravillosos sucesos acaecidos. Traía una red de pesca y una canasta. Cuando los vio, el rostro de aquel hombre se puso verde, arrojó la red y la canasta por el aire y luego retrocedió corriendo sin darse vuelta y gritando sin cesar:

- ¡Ya está aquí! ¡Está aquí! ¡Ya está aquí! ¡¡¡¡¡Takítakítakíííííííííííí!!!!!

El Monje sonrió al ver a aquel singular tipito que huía velozmente. Se quitó la capucha de la cabeza y encendió su pipa. Estaba fatigado por la larga travesía. Se sentó en una gran roca y se puso a fumar.

- ¡Parece que descubrieron nuestra presencia, Señor! -le gritó El Monje a Dobladi mientras este ayudaba a los yaganes a empujar la canoa hacia el interior de la isla.

Algunas horas después, El Monje, que se había recostado a dormitar bajo el sol, vislumbró al pescador que volvía a los saltos. Detrás de él venían decenas de mujeres, niños, perros y algunos pocos hombres. Todos se apiñaron a unos doscientos metros y los hombres comenzaron a tocar unos tambores.

- ¿Qué pasa ahora?

- Juro que no lo sé, Señor - dijo El Monje y miró a los yaganes tratando de encontrar una explicación en sus rostros, pero al parecer ellos tampoco tenían la respuesta.

De pronto, de la multitud salió una anciana que comenzó a avanzar hacia ellos a un ritmo lento pero sostenido. Su cuerpo estaba cubierto por una túnica roja de batista estampada con lunares blancos. Para andar se ayudaba con una caña en la que se apoyaba antes de dar cada paso. Al llegar adonde estaba Dobladi, la mujer se detuvo y se inclinó ante él. Los tambores dejaron de sonar. La anciana volvió a erguirse y dijo:

- Bendito sea El Que Viene De Lejos.

- No soy El Que Viene De Lejos; soy El Que Vio La Señal -aclaró Dobladi para evitar malos entendidos.

- Sabemos quien eres. Hace años que te esperamos.

Se acercó hasta el niño yagan, acarició sus cabellos y le dio un beso.

- Gracias por escoltarlo hasta nosotros.

Seguidamente La Anciana tomó del brazo a Dobladi.

- Vamos. Vengan conmigo. Los llevaré hasta nuestra aldea -dijo y a continuación la extraña pareja inició la marcha. El Monje, los yaganes y todos los alborozados habitantes de aquel lugar los seguían de muy cerca entre cánticos, aullidos y golpeteos de tambores.

Tomaron un sendero que subía a través de los peñascos entre los que sólo crecían unos pocos matorrales. Anduvieron durante algún tiempo, tres o cuatro horas, atravesando sierras y quebradas. Ya anochecía.

- Del otro lado de aquel cerro está la aldea - dijo La Anciana.

Iniciaron el ascenso por un camino en caracol. Caminaron durante veinte minutos. Los pies de Dobladi pedían clemencia.

- ¿Podemos descansar un momento? - preguntó El Monje a La Anciana.

- Aún no. Ya falta poco.

La Anciana no mentía. Subieron una vuelta más por el caracol y desde aquella altura tuvieron la visión panorámica de un verde valle, en donde se destacaban las luces de la aldea.

Unas treinta casillas de madera y chapa, levantadas sobre fuertes pilotes a unos dos o tres metros de la tierra, conformaban el poblado. Los ranchitos estaban distribuidos en cuatro círculos, y en el eje de ellos, se situaba la plaza también redonda. En el centro de cada núcleo habitacional había un fogón, y otro, más grande y más alto, ardía en el medio de la plaza. Alrededor de esa fogata, un grupo de mujeres entonaba un mantra. Hasta allí La Anciana condujo a Dobladi.

- Con su permiso, amigas. El Que Viene De Lejos está aquí -anunció.

Las mujeres lo invitaron a que tomara un lugar junto al fuego. Dobladi y La Anciana se ubicaron en la rueda. Después les trajeron unos cuencos con una especie de puchero. Cuando todos estuvieron sentados y en silencio, una de ellas, que parecía ser la más vieja, comenzó a hablar diciendo así:

- Bienvenido, amigo, a estas tierras tan alejadas de tu hogar. Mi nombre es Clara y soy quien preside el Concejo de Ancianas y la Asamblea de Todos. Hace tres lunas que nos encontramos en sesión de diálogo y oración esperando tu arribo. Tú no sabes porque estás aquí, pero nosotras sí. Eva te contará.

Entonces otra de las ancianas comenzó a contar la siguiente historia:

- Al otro lado del valle, lejos de la zona de peñascos, está El Paraíso, la playa natural más extensa y más hermosa de todo el Mar Caribe. El agua es cálida y transparente. La pesca es excelente. Junto a esa playa vivió nuestro pueblo desde siempre. Hace cuatro años llegó un gran barco con potentes motores. Sus rugidos podían escucharse desde la cima de Cerro Blanco. De ese navío descendió un ogro con un papel en la mano. Dijo que la tierra era suya, que él la había adquirido al gobierno, que ahí en el papel estaba todo escrito, que nos lleváramos lo que quisiéramos, pero que debíamos marcharnos porque, dijo también aquel ogro, que en ese lugar, en la tierra en que nosotras nacimos, en donde parimos y criamos a cada uno de nuestros hijos, se levantaría un importante centro turístico de nivel internacional. Estuvo todo aquel día recorriendo la isla, haciendo preguntas, metiéndose en nuestras casas, espiando nuestras vidas. Antes de retirarse dijo que en un mes volvería y dijo también que esperaba hallarnos en otro lugar de la isla, lejos de El Paraíso. El Concejo se reunió inmediatamente y deliberó durante dos días y dos noches. En esa época, también estaba formado por varones, muchos de los cuales, algunos por dignidad y otros por aburrimiento, querían pelear. Se discutió arduamente y no podíamos ponernos de acuerdo. Nadie quería irse pero la situación era peligrosa. Nosotras temíamos por la vida de nuestros hijos. Finalmente se tomó la decisión de resistir y todos nos preparamos para la lucha. Al cumplirse el plazo establecido, el gran barco regresó. El Ogro bajó a tierra con el papel en la mano. El Concejo lo esperaba en la playa para comunicarle su decisión de no abandonar El Paraíso. El Ogro enfurecido atacó la aldea. Combatimos valientemente, pero no pudimos con la rabia desatada de ese engendro. La batalla fue sangrienta. Veintitrés hombres y cinco mujeres murieron en esa trágica jornada. El resto escapó hasta este valle a donde el malvado engendro no puede entrar. Aquí las sierras nos protegen. Pero no podemos aventurarnos muy lejos. Es peligroso. Una de las muchachas de la aldea amaba nadar en El Paraíso. El Ogro, que no soporta la tenue luz de los atardeceres, se oculta durante ese momento del día dentro de su fortaleza y se dedica a tareas administrativas. La joven aprovechaba ese breve lapso para zambullirse en aquellas aguas. Pero una vez, perdió noción de la hora y nadó y nadó y nadó, mucho más tiempo del que solía hacerlo. Cuando El Ogro terminó sus deberes, salió al balcón a fumarse un pucho. Y allí la vio, radiante como el sol, deslumbrante como la luna, y quiso tenerla. No perdió un segundo. Se arrojó desde el balcón y se metió en el mar hasta las rodillas. La joven al verlo se desmayó en el acto. El Ogro la alzó y la llevó al Hotel. Mandó a sus sirvientes a que prepararan la mejor habitación. Cuando la muchacha despertó se encontró con el repugnante monstruo que, sentado en el borde de la cama, le ofrecía matrimonio. La muchacha se negó rotundamente a cada una de las ofertas que le hacía. Entonces la bestia maligna decidió que si la chica no iba a ser suya ya no sería de nadie. Desde entonces la tiene encerrada en la suite presidencial de El Castillo Hotel Inn.

El silencio se había adueñado de la noche.

- Desesperadas por la terrible situación decidimos enviar una señal hacia lo profundo del cielo esperando que algún valeroso caballero de espíritu generoso acudiera al llamado. Por eso estás aquí con nosotras. Para cumplir con tan noble presagio.

- No, lo que pasa es que ... -titubeó Dobladi.

- ¡Te daremos una espada! -dijo una de las damas con entusiasmo.

- Quiero ser sincero, señoras.

- No nos digas así. Llamanos "amigas".

- Amigas, sí, sí. Bueno, amigas, no quiero engañarlas. En realidad yo no sé que es lo que ustedes creyeron, no sé que se imaginaron, que esperan que yo haga. Yo soy un tipo común, un pibe de barrio metido a la aventura por circunstancias ajenas, pero nunca por decisión propia. Me fui defendiendo más o menos como pude. Ya no sé como empezó todo esto. La idea mía era ir a Jamaica, con mis amigos, fumar porro todo el día tirado en la arena. Escuchar música. Mirar los veleros. Conocer chicas. Amamantar el placer de una nueva y cierta libertad. Nunca supe bien hacia donde iba, pero en mi interior siempre quise ir a Jamaica. Con el correr de los días y de las aventuras ese anhelo intransigente fue creciendo y a medida que lo hacía yo iba ganando confianza y empecé a creérmela cada vez un poquito más y en definitiva fue esa obstinada ilusión la que hizo posible que llegara tan cerca de mi objetivo hasta aquí, hasta este isla, este fuego, porque ... ¿esto no es Jamaica, no?. No. Esto no puede ser Jamaica.

- No, quedate tranquilo. Esto no es Jamaica -dijo La Anciana.

- Necesito pensar un poco. ¿Me dan unos minutos, por favor?

- Adelante, amigo.

Vladi Dobladi se alejó de la rueda y empezó a caminar por los distintos círculos, entre el rancherío. En uno de ellos vio a la familia yaman que dormía junto al fuego. Al acercarse a otro de los fogones sintió olor a pescado. Allí estaba El Monje cantando los mejores boleros de Manzanero ante un encantado público femenino.

- ¡Adiós, Señor!

- ¡Que te vaya bonito!

De pronto, Dobladi se sintió invadido por una intensa soledad. Sintió que las cosas pasaban a su alrededor como en una película, como si nada fuera real, como si todo fuera el fruto de la imaginación de algún otro ser. Sintió que estaba fuera del mundo, suspendido en el aire, ajeno a la tierra. Estaba volando.

- ¡Madre mía! - gritó El Monje al verlo pasar.

- ¡¿Quién sabe como se frena esto?!

- ¡No temas, amigo, son los encantos de la soledad que te hacen aletear! ¡Ya va a pasar! - gritó La Anciana.

- ¡Arrójeme la espada, amiga! ¡Me siento un pájaro de fuego! ¡Iré ya mismo a acabar con ese peluchín y a traer de vuelta a la muchacha! ¡Allá voy! ¡ Libustrina y Calefón!

lunes, 24 de diciembre de 2007

Capítulo 23

Donde se cuenta el conmovedor encuentro con una diosa.

La oscuridad y el silencio continuaban reinando en aquella sección del universo. Vladi Dobladi despertó. Un extraño estremecimiento recorrió la total longitud de su columna, vértebra por vértebra, hasta depositarse en las cervicales. Pensó que se trataba de algún tipo de reacción alérgica o que algún bicho lo había picado mientras dormía. Se pasó las manos por la nuca y el cuello tratando de aliviar el síntoma. Entonces se dio cuenta que había visto su propio hombro. Se tocó el pecho. Sus manos estaban ahí. Podía verlas. Podía ver. La oscuridad ya no era absoluta. Hacia el frente no divisó ningún objeto identificable, pero al mirar hacia popa, pudo ver la redondez de la Luna que nacía desde el mismo vientre del mar, irradiando feliz claridad sobre todos los habitantes de la barca.

- Kughyën - dijo el niño yagan.

- Kughyën, kughyën.

Los tres yaganes sonrieron con serena alegría. Dobladi miró a El Monje y notó que él también estaba contento.

- Adoran a la Luna, Señor. Creen en ella. Creen que es una diosa que rige los asuntos de los hombres - dijo El Monje.

Durante un largo tiempo apenas se hablaron. Los cinco navegantes estaban cautivados por el majestuoso fulgor de la luna. Pasaron cerca de una hora, poco más o menos, contemplando al gran astro. La Madre yagán se paró en la canoa, fijó sus ojos en los de Dobladi y luego alzando la palma de su mano señaló la Luna como ofreciéndola.

- Kughyën - dijo La Madre.

Dobladi miró a El Monje.

- ¿Qué quiere?

- Le sugiere que aproveche la ocasión para suplicar a la diosa lunar, Señor. Cree que ella va escuchar su ruego.

Perdido por perdido, harto de tanta desventura, deseoso de alcanzar de una vez La Señal, Dobladi se sentó en la proa de la barca encallada y elevó su oración diciendo así:

- ¡Oh, tú, que vives y reinas en la noche azul, evocación inmaculada de la belleza, puerta del cielo, ama y señora, femenina divinidad, tú que alumbras en la inmensidad tenebrosa, tú que nos regalas la claridad y las lluvias, fuente eterna de fecundidad, por lo siglos de los siglos, Qamar de los árabes, emblema de Shiva, oh, tú, Luna, la Kughyën de mis amigos, Juno, Diana, Ishtar, Ixchen, Isis, adorada en todas las latitudes, por voluntad de los fragmentos volcánicos que te componen, oh tú, Luna, la más impresionante entre todos los astros, tú que reinas sobre vientos y mares, sobre todos los gobernantes continentales, espejo de la perfección, musa inspiradora de poetas y magos, acude al desesperado llamado que te hace El Que Vio La Señal, responde a esta súplica, alegra mis mañanas, quítame del cogote las penas que me pesan como collar de plomo hundiéndome en la tierra, llévame hacia el camino a la isla señalada.

Entonces la luna se aproximó hasta ellos y adquirió forma humana. Era una mujer hermosa por donde se la mirase, de un encanto superior al de princesas y sirenas. Los ojos dulces, azules, oscuros, profundos; la boca carnosa, deliciosa, ni muy grande, ni muy pequeña. Los cabellos mojados, largos y rojos, caían por su cuello y por su espalda acariciando aquella piel hasta más abajo de la cintura. Llevaba un camisón transparente muy corto que dejaba ver los pezones rosados. Un perfume a flores emanaba de su delicado cutis blanco. Cada cavidad, cada hueco, los músculos de sus piernas, todo en ella era extremadamente bello. Dobladi no podía apartar los ojos de aquel divino cuerpo.

- Heme aquí, Vladi Dobladi, naufragante de mares y de tierras, pequeño ser que reclamas mi ayuda, vengo en persona a favorecerte, a transformar tus desdichas en regocijos. Aleja de ti toda tristeza, expresa con sinceridad tus sentimientos, no temas al ornamento poético, canta a tu musa. Seré tu buena ventura, la divina providencia. Si sólo a mí tu súplica diriges acabarán muy pronto tus penas y lamentos.

- Bendita seas Luna entre todos los dioses, busco una señal en lo profundo del cielo, "¡Jamaica!" grita una voz en mis silencios, isla fantasma en mi ocurrente mente. Mantuve firme mi paso contra el viento, contra las luces de colores brillantes, contra espejismos y adoquines parlantes, contra escribientes baratos y demonios. No hay fe más fiel que ésta que yo profeso. Dame paz y reposo, felicidad y suerte.

- Has convencido a mi corazón, poeta. Te auxiliaré en tu lúgubre desventura para que alcances por fin la isla que tanto anhelas. Ya no temas. Pero antes deberás probar tu sincera fidelidad ocupándote de un asunto que me tiene a mal traer desde hace décadas.

- Lo que su divinidad diga será un mandato.

- Hace algún tiempo, unos hombrecillos desagradables clavaron una banderilla aquí en mi espalda, mira, justo entre los omoplatos. Desde entonces espero la llegada de un valiente caballero que se anime a quitar de este cuerpo celeste esa molestia.

- Faltaría más, venerada dama. Será un honor para mi poder cumplir con tan noble acción.

La Diosa descendió hasta la barca. Los indios yaganes y El Monje se inclinaron ante el fulgor de aquella preciosura. La Diosa acarició con ternura la mejilla del héroe, luego se dio vuelta y desanudó el único hilo que sostenía el camisón dejándolo caer sobre el piso de la nave. Dobladi cerró sus ojos para no encandilarse. Sus dedos se apoyaron en la piel de la divinidad que arqueó la cintura al sentir la mano del hombre.

- ¿Es por aquí?

- No- respondió.

Con una suave presión, sin perder el contacto, Dobladi fue recorriendo lentamente las delicadas proporciones, palpando cada valle, cada elevación del relieve lunar, interrogando a cada paso:

- ¿Por aquí?

- No, aún no.

Hasta que Dobladi, sin poder contenerse más, cruzó la mano libre hacia delante acariciando el terso vientre. La Diosa volteó su cuerpo quedando cara a cara con el héroe y lo besó en los labios varias veces.

- Me agradan tus caricias pero debo darte una lección: nunca intentes seducir a una musa. Podría enamorarse y la desgracia caería inevitablemente sobre todas y cada una de tus obras. Ahora no intentes otra cosa y quitame esa impureza de la espalda.

Dobladi pasó un brazo por detrás de La Diosa y arrancó de un tirón la banderilla.

- Gracias, amigo - dijo La Diosa iniciando su pausada retirada.

- Pero ... ¿qué hago con esto? - preguntó Dobladi confundido mientras agitaba la banderilla mirando a la luna.

- ¡Arrójala en lo profundo del cielo! Muy pronto encontrarás el verdadero amor. Confía en mi.

- En ti confío, Diosa - exclamó Dobladi mientras la hermosa mujer volvía a transfigurarse en el adorado astro.

Dobladi tomó la banderita, apretando el mástil entre el pulgar y el índice, y la lanzó con fuerza lo más lejos que pudo. El pequeño emblema patrio se dirigió al espacio con asombrosa rapidez girando sobre su propio eje. Al alcanzar la velocidad de la luz se encendió. La llama crecía y crecía a medida que se internaba en lo profundo, hasta que se convirtió en una verdadera bola de fuego. Cuando la creyeron definitivamente perdida en el firmamento, el estandarte estalló en mil estrellas. Luego salió el sol.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Capítulo 22

En Darklinglandia

Ya anochecía. Vladi Dobladi se había acomodado en su pequeña sección esperando la llegada del sueño. El Monje y La Madre india remaban. El Padre observaba el horizonte. El Hijo yagán cuidaba el fuego.

La sensación de vacío era completa. La intensa oscuridad no permitía diferenciar el cielo del mar. No había visibilidad más allá de la tenue luz que producía el fogón. No se escuchaban ruidos de animales. El oleaje había cesado. El mar no rugía. No había viento. El Padre yagán cubrió la nave con algunas lonas. Tapó a Dobladi con una manta. El Monje y la Madre dejaron de remar. El silencio era absoluto. Durante algunas horas la barca navegó a la deriva, sin rumbo fijo, llevada por la corriente.

- ¿Qué pasa? ¿Dónde estamos? No se ve un zorongo - despertado con un súbito pavor por el tajante silencio, Dobladi miró a El Monje tratando de hallar respuestas a sus preguntas.

- Es la profundidad, Señor -dijo El Monje y añadió:

- Entramos en Darklinglandia. Tendrá que aprender a utilizar sus otros sentidos. De poco le servirán sus ojos cuando los demonios ataquen.

- ¿Qué?

- No hay tiempo para explicaciones, Señor. Conserve la calma.

- Pero ...

- Y el corazón contento.

Dobladi alcanzó a cruzar miradas con el niño indio. Luego vio como El Hijo de los yaganes apagaba con un soplido la última llamita de luz.

- Fakiu - dijo entre dientes Dobladi mientras trataba de percibir algo, algún sonido, alguna diferencia tonal en la noche.

El sosiego y la tranquilidad del mar perturbaban la mente de Dobladi que comenzó a sentir escalofríos.

- Soy El Espanto - musitó tétricamente en su oído el primero de los demonios.

- ¿Qué Mierda? Salí que te vea - bramó el héroe tirando un manotazo.

- Estoy dentro tuyo - dijo El Espanto y comenzó a bucear en su memoria.

- Soy la pantera que camina sigilosamente por el borde de tu cama. Soy tu tío borracho golpeando a tu prima. La remembranza de todos los abusos, de todas las violencias, de todos los sustos, de todas las desgracias. Soy ese dibujo animado que todas las noches arrastra cadenas por las escaleras de tu edificio y no te deja dormir. Soy la luz mala que se ve por la ventana de la casa de tu abuela en el campo. Soy el ruido del ascensor llegando a tu piso. Soy la sirena del tren. Los ladridos de los perros famélicos de tu vecina loca. Soy todos tus recuerdos infantiles que vuelven para mortificarte.

- ¡Papá! -gritó Dobladi pidiendo auxilio.

- Papi no está, chiquito, claro que no. También soy la triste mañana de aquel domingo lluvioso. Soy la morgue, el entierro, el cementerio, la tumba. Soy la evocación de todas las muertes de todos tus seres queridos. Soy la imagen de tu perro pisado por camiones. Soy las venas hinchadas de tu abuelo en el hospital. Los pañales geriátricos. Soy el remordimiento. La culpa. La delicada perversidad de la memoria.

Fue en ese segundo que Vladi Dobladi sintió en su rostro el primer destello brillante de La Señal. Había recordado que no tenía memoria.

- Una neurona no puede ser reemplazada por otra ni su función tampoco. ¡Fuera de mi ceguera, estúpido demonio! ¡Espántate, Espanto!

Y de esa manera Vladi Dobladi pulverizó al primero de los demonios de Darklinglandia.

La canoa continuaba su lento derrotero arrastrada por las corrientes marinas del Caribe. Dobladi sintió el rumor de una suave brisa. El contacto con una realidad exterior tangible lo tranquilizó un poco. Pero súbitamente la suave brisa se convirtió en un fuerte viento, y de un momento a otro, la enorme energía contenida del mar hizo erupción.

- ¡Tsunami! - alertó El Padre yagán.

Una ola de cincuenta metros de altura se levantaba frente a la canoa y se acercaba a toda velocidad. Montado sobre la cresta espumosa de la gran masa agresora de agua, se acercaba el segundo demonio, aquel que tan mala yunta había sabido hacer junto a Dobladi en años pasados. Era El Enfurecimiento en carne viva.

- ¿Así que sos guapo? - gritó el demonio desde lo alto.

Vladi Dobladi aflojó los hombros y dejó que el peso de sus brazos cayera hacia los costados.

- Epa, epa, parece que El Que Vio La Señal arrugó - volvió a increpar El Enfurecimiento dando una cachetada de sales en la mejilla izquierda del guerrero que giró con dócil mansedumbre la cabeza poniendo el lado derecho a disposición de la bravía tempestad. La gigantesca ola se desarrollaba en tamaño y velocidad. Dobladi separó un poco las rodillas y asentó los pies en el piso de la canoa como enraizándose en la profundidad hermética de aquel gran vacío en el que se hallaba.

- ¡Gallina! ¡Chiken, chiken, chiken! ¡Kokorokó! -aulló el demonio tratando infructuosamente de enojar al otrora fácilmente irritable Vladi Dobladi. Pero éste se concentró en su respiración. Inspiró aire fresco y lo dirigió hacia sus órganos inferiores. Mantuvo unos segundos el oxígeno en la zona del segundo chakra y luego exhaló suavemente sobre la rabiosa ola que ya se erguía sobre la canoa.

- ¡Larriputisimikitipáááááá´... !

Dobladi alcanzó a oír en la lejanía, el bramido colérico de El Enfurecimiento. La gran ola se desvaneció en la atmósfera cuando ya se disponía a inundar la nave. Vladi Dobladi sintió que algo le picaba entre ambas cejas. Le había salido un tercer ojo.

No tuvo tiempo de celebrar su segundo triunfo. El ruidoso aleteo de unos vampiros de plástico revoloteando sobre la canoa anunciaba la embestida de tres demonios rioplatenses que lo atacaban al unísono.

- Conozco un atajo que te ahorrará disgustos. Otras caras, otros mundos. Corré ahora. Es por acá. Vamos. ¡Camoun beibi laigt mai faier!- El Escape le ofrecía su tradicional salida.

- Plata, platino, bonos de la deuda argentina, tómalo todo. Es un ... ejem ... como podría decirte ... un adelanto por los servicios que me prestarás de aquí en más - también El Enriquecimiento Ilícito tentaba al aventurero para que no continuara su camino.

- Dale, gil. Volvete a casa. Si alguien te pregunta algo le decís que estuviste en Jamaica y que estaba todo muy rico. ¡Total ... ¿quién se va a enterar?! No seas otario. Chan - chán - le canturreó El Engaño con sonrisa canchera.

Vladi Dobladi cerró sus ojos y comenzó a recitar las nueve estrofas de la "Loa a la Profundidad de La Señal" que El Maestro le había obsequiado allá en lo de Don Tulio.

Al concluir la segunda estrofa, El Enriquecimiento Ilícito intentó coimearlo para que se callara, pero ni el espíritu capitalista, ni mucho menos la ética protestante, eran el tipo de tentaciones en las que podía caer nuestro héroe. Luego de la cuarta estrofa, El Engaño dijo que la Loa que había compuesto su amigo era encantadora, pero que lamentablemente no podía quedarse a terminar de escucharla porque había dejado a unos pecadores asándose en el fuego infernal. Aprovechando la interrupción, El Escape huyó despavorido.

Al promediar el cuarto verso de la quinta estrofa de la loa, los tres demonios ya habían volado. Vladi Dobladi estaba exhausto, hasta quizás algo mareado. De algún modo, el poder de la loa también le había hecho efecto. Se apoyó contra la borda y alargó los brazos por fuera de la barca para lavarse la cara. Pero nunca se mojaba. Se estiró un poco más sacando la mitad del cuerpo. No había agua. Ni una sola gota. Ningún mar. Entonces se dio cuenta que la canoa no se movía. Habían encallado. Dobladi bajó de la canoa y tanteó en lo oscuro tratando de alertar a sus compañeros.

- ¡Ey, Monje! Despertate, che. Levantá a los indios. Estamos clavados en el fondo del mar. Esto no se mueve. ¡Nene! ¡Che, nene! Levantate, nenito, prendé el fuego. No se ve nada.

Sacudió primero a uno y después a otro, pero no pudo despabilar a ninguno. Estaban desvanecidos. Se agachó y tocó la superficie que pisaba. Confirmó lo que suponía. Era arena y pensó que habían llegado a una playa, pero seguía sin poder ver y no recordaba haber escuchado el canto de ningún pájaro en las últimas horas. Dio tres pasos largos hacia delante alejándose de la barca. Luego regresó sobre sus pasos para verificar que la canoa todavía estuviera allí. Lo intentó una vez más. Esta vez duplicó la apuesta. Dio seis pasos hacia delante. Regresó. Tocó la madera de la nave y suspiró. Entonces se lanzó una tercera vez con mayor confianza. Caminó derecho apoyando con firmeza las plantas de los pies, alineando el torso y la cabeza con la cadera, para no desviarse. Dio doce pasos. Se agachó. Tocó la arena. Volvió sobre sus pasos. Sin darse vuelta. Caminado hacia atrás. Contó los doce pasos. Tanteó la canoa. Ya no estaba.

- La cagué - pensó Dobladi. Esta vez sí que la cagué.

Solo en el Gran Vacío, se rindió. Sus ojos se llenaron de tristes atardeceres y se dejó caer de rodillas en la arena.

- Este veneno que recorre mi piel mis venas mis arterias más internas los canales más profundos no me deja no me abandona se adhiere a mi piel como vil sanguijuela y es ese sentimiento de muerte de caída de derrota afiebrada de impacto insostenible lo que hiere duele hierve enferma quema quisiera que el veneno se fuera quisiera realmente magia hechizo luz resistencia pero despierto y veo que sigo sangrando soy una mera sombra intrascendente y veo la cicatriz que no se cierra soy una catástrofe cósmica un nervioso mamífero dios de todas las fobias y temores y veo mis brazos hartos de hallarse en cruz que se desploman juro que lo intenté que lo intenté miles de veces simplemente la tristeza consume mi esperanza ahora basta lo siento quiero dejarme morir estar lo siento lo siento y veo la luna que se pudre el queso y los gusanos gusanos azules gusanos verdes y amarillos y amarilla la fiebre la malaria la fiebre tifoidea cepas desconocidas de epidemias la humanidad escudriñando mi cadáver y veo el líquido que circula en mi cuerpo y no es el consuelo ni el ideal silvestre ni el amor verdadero ni la señal del cielo ... es aún el veneno

Con las piernas entumecidas por la quietud y el dolor atornillado en el abdomen, Dobladi no se percató de cómo la tierra se lo estaba tragando, no advirtió que se estaba sepultando en vida. Al mismo tiempo, una fina y constante lluvia de arena dorada colaboraba en la tarea del demonio más oscuro de toda Darklinglandia, El Enterramiento.

Cuando Dobladi despertó de su estupidez humana, la arena ya lo había cubierto hasta los hombros. Quiso moverse pero no pudo. Estaba verdaderamente jodido. Pensó en utilizar otra de las palabras que le había obsequiado El Zar Gamai, pero el papelito había quedado en el bolsillo del pantalón y el pantalón estaba bajo tierra. Entonces, pensando en el poder de las palabras, recordó las últimas que le había dicho El Monje: "Conserve la calma y el corazón contento". La arena le llegaba al cuello. Dobladi se visualizó a sí mismo, solo, hambriento, en un lugar lejano, hundido en la tierra, detrás de una vaga señal en lo profundo del cielo.

- Yo soy El Que Vio La Señal - dijo murmurando para luego gritar:

- ¡Soy el que subió a la barca!

Se sintió completamente ridículo. Los músculos de la cara comenzaron a contraerse y la respiración empezó a acelerarse oxigenando la sangre. Desde el esternón le brotaban ciertos ruidos inarticulados y rítmicos que hacían eclosión en la boca abierta de par en par. Eran risas. Pronto la primitiva hilaridad se convirtió en sonora carcajada.

- agggjjjjajujaijajajaja

Había encontrado el lado cómico del problema. Se estaba riendo. Se estaba riendo de verdad después de mucho mucho tiempo. Y no podía parar. La arena que cubría su cuerpo se abrió hacia los costados permitiendo que Dobladi saliera del atascamiento casi como en un renacimiento.

El último de los seis demonios de Darklinglandia había sido derrotado. Una explosión encandilante estalló en el Gran Vacío. La onda expansiva catapultó a Dobladi de regreso a la barca, donde El Monje y los yaganes dormían como si nada hubiera sucedido. Dobladi se recostó contra las maderas de la canoa encallada y, a los pocos minutos, él también se quedó dormido.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Capítulo 21

El Guardián del Umbral

Hacía ya varias horas que la canoa yagán había partido de la hermosa Barranquilla para internarse en el Mar de las Antillas. Los yaganes no hablaban. La lluvia persistía castigando a la noble embarcación de madera. La barca, que tenía más de diez metros de eslora, estaba dividida en siete secciones. En la popa iba El Padre y los útiles de pesca. En la segunda, la Madre. En la tercera, el Hijo y el fuego. En la cuarta el agua potable. En la quinta, los víveres. En la sexta, El Monje que observaba la lejanía a través del catalejo. En el último compartimento, cerca de la proa, iba Vladi Dobladi y lo que no cabía en otra parte.

Cerca del mediodía dejó de llover. El sol, enorme y rojo, se instaló sobre la barca.

- Es increíble - dijo El Monje mirando el gran disco de fuego.

- Es increíble que aún en medio del mar se sienta tu baranda a pescado - susurró Dobladi justo cuando desde las profundidades, ya no del cielo, sino del mar surgió un gigante gordo y melenudo que en perfecto castellano preguntó:

- ¿Quién golpea a la puerta?

La barca había chocado con las rodillas de aquel ser sobrehumano.

- Es el Guardián del Umbral, Señor. Debe decir su nombre- El Monje, que había leído mucho sobre los habitantes de aquellas aguas, le comunicaba los pasos a seguir.

- Nunca oíste hablar de mí hasta el día de la fecha, pero te aseguro que si no te haces a un lado en este mismo instante recordarás mi gracia por el resto de tu vida. Soy Vladi Dobladi, El Que Vio la Señal y es mi deseo atravesar el Caribe para llegar a Jamaica.

- Jo, jo, jo- rió a carcajadas el simpático ogro de melena enrulada y luego con voz grave agregó:

- Detrás de mi está la oscuridad. ¿No temes a los dragones, los demonios, los querubines, las sirenas, los monstruos peludos? Jo, jo, jo.

- Guarda tu risa para otros marinos y hazte a un lado que vamos a atravesar el umbral - amenazó Dobladi para ver que pasaba.

- Lo harás si respondes a la pregunta del piojo sabelotodo.

El Monje apuntó con su catalejo hacia la cabeza del gigante. El Guardián metió uno de sus dedotes entre los rulos, se rascó el kundalini y despertó al piojo sabelotodo que bostezando preguntó:

- ¿Me quién llama?

- Buenas tardes, piojo. Soy yo. ¿Has dormido bien? - preguntó El Guardián.

- Sí, sí. ¿Sucede qué? ¿Despiertas por qué?

- El señor dice ser El Que Vio La Señal y quiere atravesar el Umbral.

- Veremos lo - dijo el piojo.

El Guardián descorrió su flequillo espiralado de la amplia frente marchita dejando al descubierto el estudio televisivo en miniatura más grande de todo el Mar Caribe. La enfervorizada platea piojosa cuchicheaba y cuchicheaba hasta que un letrero luminoso llamó al orden pidiendo silencio.

- ¡Bienvenidos, queridos piojosos de toda la gran cabeza de El Guardián del Umbral!. Esta es una edición especial de "Si lo sabe, pasa" y ya mismo vamos a la pregunta de esta tarde en la voz inigualable de nuestro amigo el piojo sabelotodo.

El cartel luminoso pidió "aplausos" y el piojaje, género de insectos de lo más obsecuente en el reino animal, respondió a la brevedad con entusiastas palmas.

El piojo conductor cedió el protagonismo al piojo inquisidor quien carraspeó carraspeó y a continuación preguntó:

- ¿Están dónde palabras las perdidas fueron dónde?

Dobladi metió la mano en el bolsillo y sacó el papelito que le había obsequiado El Zar Gamai en las horas finales de La Fiesta.

- Ta - te - ti suerte para mi, si no es para mi será pa-ra- ti, Ta - Te -¡Tí!

- ¡Arriesgar debe ya!

Ante la apurada que le echaba el piojo, Vladi Dobladi leyó la primera palabra:

- ¡Lejos!

El piojo levantó sus cejas, tragó saliva y con la voz quebrada dijo:

- ¡Correcto!

De la cabeza del gigante brotó una catarata de aplausos piojosos.

El Guardián se agachó hasta alcanzar la canoa y apoyó su dedote índice sobre la proa por donde descendió el piojo para abrazar a Dobladi.

- Tengas que suerte mucha humano amigo - dijo el pequeño bichito emocionado.

- Igualmente para todos tus parientes - respondió Dobladi.

Luego El Guardián se hizo a un lado dejando paso a la barca. Desde su cabezota enrulada centenares de piojos enardecidos alentaban a los intrépidos marinos que continuaban su marcha.