lunes, 24 de diciembre de 2007

Capítulo 23

Donde se cuenta el conmovedor encuentro con una diosa.

La oscuridad y el silencio continuaban reinando en aquella sección del universo. Vladi Dobladi despertó. Un extraño estremecimiento recorrió la total longitud de su columna, vértebra por vértebra, hasta depositarse en las cervicales. Pensó que se trataba de algún tipo de reacción alérgica o que algún bicho lo había picado mientras dormía. Se pasó las manos por la nuca y el cuello tratando de aliviar el síntoma. Entonces se dio cuenta que había visto su propio hombro. Se tocó el pecho. Sus manos estaban ahí. Podía verlas. Podía ver. La oscuridad ya no era absoluta. Hacia el frente no divisó ningún objeto identificable, pero al mirar hacia popa, pudo ver la redondez de la Luna que nacía desde el mismo vientre del mar, irradiando feliz claridad sobre todos los habitantes de la barca.

- Kughyën - dijo el niño yagan.

- Kughyën, kughyën.

Los tres yaganes sonrieron con serena alegría. Dobladi miró a El Monje y notó que él también estaba contento.

- Adoran a la Luna, Señor. Creen en ella. Creen que es una diosa que rige los asuntos de los hombres - dijo El Monje.

Durante un largo tiempo apenas se hablaron. Los cinco navegantes estaban cautivados por el majestuoso fulgor de la luna. Pasaron cerca de una hora, poco más o menos, contemplando al gran astro. La Madre yagán se paró en la canoa, fijó sus ojos en los de Dobladi y luego alzando la palma de su mano señaló la Luna como ofreciéndola.

- Kughyën - dijo La Madre.

Dobladi miró a El Monje.

- ¿Qué quiere?

- Le sugiere que aproveche la ocasión para suplicar a la diosa lunar, Señor. Cree que ella va escuchar su ruego.

Perdido por perdido, harto de tanta desventura, deseoso de alcanzar de una vez La Señal, Dobladi se sentó en la proa de la barca encallada y elevó su oración diciendo así:

- ¡Oh, tú, que vives y reinas en la noche azul, evocación inmaculada de la belleza, puerta del cielo, ama y señora, femenina divinidad, tú que alumbras en la inmensidad tenebrosa, tú que nos regalas la claridad y las lluvias, fuente eterna de fecundidad, por lo siglos de los siglos, Qamar de los árabes, emblema de Shiva, oh, tú, Luna, la Kughyën de mis amigos, Juno, Diana, Ishtar, Ixchen, Isis, adorada en todas las latitudes, por voluntad de los fragmentos volcánicos que te componen, oh tú, Luna, la más impresionante entre todos los astros, tú que reinas sobre vientos y mares, sobre todos los gobernantes continentales, espejo de la perfección, musa inspiradora de poetas y magos, acude al desesperado llamado que te hace El Que Vio La Señal, responde a esta súplica, alegra mis mañanas, quítame del cogote las penas que me pesan como collar de plomo hundiéndome en la tierra, llévame hacia el camino a la isla señalada.

Entonces la luna se aproximó hasta ellos y adquirió forma humana. Era una mujer hermosa por donde se la mirase, de un encanto superior al de princesas y sirenas. Los ojos dulces, azules, oscuros, profundos; la boca carnosa, deliciosa, ni muy grande, ni muy pequeña. Los cabellos mojados, largos y rojos, caían por su cuello y por su espalda acariciando aquella piel hasta más abajo de la cintura. Llevaba un camisón transparente muy corto que dejaba ver los pezones rosados. Un perfume a flores emanaba de su delicado cutis blanco. Cada cavidad, cada hueco, los músculos de sus piernas, todo en ella era extremadamente bello. Dobladi no podía apartar los ojos de aquel divino cuerpo.

- Heme aquí, Vladi Dobladi, naufragante de mares y de tierras, pequeño ser que reclamas mi ayuda, vengo en persona a favorecerte, a transformar tus desdichas en regocijos. Aleja de ti toda tristeza, expresa con sinceridad tus sentimientos, no temas al ornamento poético, canta a tu musa. Seré tu buena ventura, la divina providencia. Si sólo a mí tu súplica diriges acabarán muy pronto tus penas y lamentos.

- Bendita seas Luna entre todos los dioses, busco una señal en lo profundo del cielo, "¡Jamaica!" grita una voz en mis silencios, isla fantasma en mi ocurrente mente. Mantuve firme mi paso contra el viento, contra las luces de colores brillantes, contra espejismos y adoquines parlantes, contra escribientes baratos y demonios. No hay fe más fiel que ésta que yo profeso. Dame paz y reposo, felicidad y suerte.

- Has convencido a mi corazón, poeta. Te auxiliaré en tu lúgubre desventura para que alcances por fin la isla que tanto anhelas. Ya no temas. Pero antes deberás probar tu sincera fidelidad ocupándote de un asunto que me tiene a mal traer desde hace décadas.

- Lo que su divinidad diga será un mandato.

- Hace algún tiempo, unos hombrecillos desagradables clavaron una banderilla aquí en mi espalda, mira, justo entre los omoplatos. Desde entonces espero la llegada de un valiente caballero que se anime a quitar de este cuerpo celeste esa molestia.

- Faltaría más, venerada dama. Será un honor para mi poder cumplir con tan noble acción.

La Diosa descendió hasta la barca. Los indios yaganes y El Monje se inclinaron ante el fulgor de aquella preciosura. La Diosa acarició con ternura la mejilla del héroe, luego se dio vuelta y desanudó el único hilo que sostenía el camisón dejándolo caer sobre el piso de la nave. Dobladi cerró sus ojos para no encandilarse. Sus dedos se apoyaron en la piel de la divinidad que arqueó la cintura al sentir la mano del hombre.

- ¿Es por aquí?

- No- respondió.

Con una suave presión, sin perder el contacto, Dobladi fue recorriendo lentamente las delicadas proporciones, palpando cada valle, cada elevación del relieve lunar, interrogando a cada paso:

- ¿Por aquí?

- No, aún no.

Hasta que Dobladi, sin poder contenerse más, cruzó la mano libre hacia delante acariciando el terso vientre. La Diosa volteó su cuerpo quedando cara a cara con el héroe y lo besó en los labios varias veces.

- Me agradan tus caricias pero debo darte una lección: nunca intentes seducir a una musa. Podría enamorarse y la desgracia caería inevitablemente sobre todas y cada una de tus obras. Ahora no intentes otra cosa y quitame esa impureza de la espalda.

Dobladi pasó un brazo por detrás de La Diosa y arrancó de un tirón la banderilla.

- Gracias, amigo - dijo La Diosa iniciando su pausada retirada.

- Pero ... ¿qué hago con esto? - preguntó Dobladi confundido mientras agitaba la banderilla mirando a la luna.

- ¡Arrójala en lo profundo del cielo! Muy pronto encontrarás el verdadero amor. Confía en mi.

- En ti confío, Diosa - exclamó Dobladi mientras la hermosa mujer volvía a transfigurarse en el adorado astro.

Dobladi tomó la banderita, apretando el mástil entre el pulgar y el índice, y la lanzó con fuerza lo más lejos que pudo. El pequeño emblema patrio se dirigió al espacio con asombrosa rapidez girando sobre su propio eje. Al alcanzar la velocidad de la luz se encendió. La llama crecía y crecía a medida que se internaba en lo profundo, hasta que se convirtió en una verdadera bola de fuego. Cuando la creyeron definitivamente perdida en el firmamento, el estandarte estalló en mil estrellas. Luego salió el sol.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Capítulo 22

En Darklinglandia

Ya anochecía. Vladi Dobladi se había acomodado en su pequeña sección esperando la llegada del sueño. El Monje y La Madre india remaban. El Padre observaba el horizonte. El Hijo yagán cuidaba el fuego.

La sensación de vacío era completa. La intensa oscuridad no permitía diferenciar el cielo del mar. No había visibilidad más allá de la tenue luz que producía el fogón. No se escuchaban ruidos de animales. El oleaje había cesado. El mar no rugía. No había viento. El Padre yagán cubrió la nave con algunas lonas. Tapó a Dobladi con una manta. El Monje y la Madre dejaron de remar. El silencio era absoluto. Durante algunas horas la barca navegó a la deriva, sin rumbo fijo, llevada por la corriente.

- ¿Qué pasa? ¿Dónde estamos? No se ve un zorongo - despertado con un súbito pavor por el tajante silencio, Dobladi miró a El Monje tratando de hallar respuestas a sus preguntas.

- Es la profundidad, Señor -dijo El Monje y añadió:

- Entramos en Darklinglandia. Tendrá que aprender a utilizar sus otros sentidos. De poco le servirán sus ojos cuando los demonios ataquen.

- ¿Qué?

- No hay tiempo para explicaciones, Señor. Conserve la calma.

- Pero ...

- Y el corazón contento.

Dobladi alcanzó a cruzar miradas con el niño indio. Luego vio como El Hijo de los yaganes apagaba con un soplido la última llamita de luz.

- Fakiu - dijo entre dientes Dobladi mientras trataba de percibir algo, algún sonido, alguna diferencia tonal en la noche.

El sosiego y la tranquilidad del mar perturbaban la mente de Dobladi que comenzó a sentir escalofríos.

- Soy El Espanto - musitó tétricamente en su oído el primero de los demonios.

- ¿Qué Mierda? Salí que te vea - bramó el héroe tirando un manotazo.

- Estoy dentro tuyo - dijo El Espanto y comenzó a bucear en su memoria.

- Soy la pantera que camina sigilosamente por el borde de tu cama. Soy tu tío borracho golpeando a tu prima. La remembranza de todos los abusos, de todas las violencias, de todos los sustos, de todas las desgracias. Soy ese dibujo animado que todas las noches arrastra cadenas por las escaleras de tu edificio y no te deja dormir. Soy la luz mala que se ve por la ventana de la casa de tu abuela en el campo. Soy el ruido del ascensor llegando a tu piso. Soy la sirena del tren. Los ladridos de los perros famélicos de tu vecina loca. Soy todos tus recuerdos infantiles que vuelven para mortificarte.

- ¡Papá! -gritó Dobladi pidiendo auxilio.

- Papi no está, chiquito, claro que no. También soy la triste mañana de aquel domingo lluvioso. Soy la morgue, el entierro, el cementerio, la tumba. Soy la evocación de todas las muertes de todos tus seres queridos. Soy la imagen de tu perro pisado por camiones. Soy las venas hinchadas de tu abuelo en el hospital. Los pañales geriátricos. Soy el remordimiento. La culpa. La delicada perversidad de la memoria.

Fue en ese segundo que Vladi Dobladi sintió en su rostro el primer destello brillante de La Señal. Había recordado que no tenía memoria.

- Una neurona no puede ser reemplazada por otra ni su función tampoco. ¡Fuera de mi ceguera, estúpido demonio! ¡Espántate, Espanto!

Y de esa manera Vladi Dobladi pulverizó al primero de los demonios de Darklinglandia.

La canoa continuaba su lento derrotero arrastrada por las corrientes marinas del Caribe. Dobladi sintió el rumor de una suave brisa. El contacto con una realidad exterior tangible lo tranquilizó un poco. Pero súbitamente la suave brisa se convirtió en un fuerte viento, y de un momento a otro, la enorme energía contenida del mar hizo erupción.

- ¡Tsunami! - alertó El Padre yagán.

Una ola de cincuenta metros de altura se levantaba frente a la canoa y se acercaba a toda velocidad. Montado sobre la cresta espumosa de la gran masa agresora de agua, se acercaba el segundo demonio, aquel que tan mala yunta había sabido hacer junto a Dobladi en años pasados. Era El Enfurecimiento en carne viva.

- ¿Así que sos guapo? - gritó el demonio desde lo alto.

Vladi Dobladi aflojó los hombros y dejó que el peso de sus brazos cayera hacia los costados.

- Epa, epa, parece que El Que Vio La Señal arrugó - volvió a increpar El Enfurecimiento dando una cachetada de sales en la mejilla izquierda del guerrero que giró con dócil mansedumbre la cabeza poniendo el lado derecho a disposición de la bravía tempestad. La gigantesca ola se desarrollaba en tamaño y velocidad. Dobladi separó un poco las rodillas y asentó los pies en el piso de la canoa como enraizándose en la profundidad hermética de aquel gran vacío en el que se hallaba.

- ¡Gallina! ¡Chiken, chiken, chiken! ¡Kokorokó! -aulló el demonio tratando infructuosamente de enojar al otrora fácilmente irritable Vladi Dobladi. Pero éste se concentró en su respiración. Inspiró aire fresco y lo dirigió hacia sus órganos inferiores. Mantuvo unos segundos el oxígeno en la zona del segundo chakra y luego exhaló suavemente sobre la rabiosa ola que ya se erguía sobre la canoa.

- ¡Larriputisimikitipáááááá´... !

Dobladi alcanzó a oír en la lejanía, el bramido colérico de El Enfurecimiento. La gran ola se desvaneció en la atmósfera cuando ya se disponía a inundar la nave. Vladi Dobladi sintió que algo le picaba entre ambas cejas. Le había salido un tercer ojo.

No tuvo tiempo de celebrar su segundo triunfo. El ruidoso aleteo de unos vampiros de plástico revoloteando sobre la canoa anunciaba la embestida de tres demonios rioplatenses que lo atacaban al unísono.

- Conozco un atajo que te ahorrará disgustos. Otras caras, otros mundos. Corré ahora. Es por acá. Vamos. ¡Camoun beibi laigt mai faier!- El Escape le ofrecía su tradicional salida.

- Plata, platino, bonos de la deuda argentina, tómalo todo. Es un ... ejem ... como podría decirte ... un adelanto por los servicios que me prestarás de aquí en más - también El Enriquecimiento Ilícito tentaba al aventurero para que no continuara su camino.

- Dale, gil. Volvete a casa. Si alguien te pregunta algo le decís que estuviste en Jamaica y que estaba todo muy rico. ¡Total ... ¿quién se va a enterar?! No seas otario. Chan - chán - le canturreó El Engaño con sonrisa canchera.

Vladi Dobladi cerró sus ojos y comenzó a recitar las nueve estrofas de la "Loa a la Profundidad de La Señal" que El Maestro le había obsequiado allá en lo de Don Tulio.

Al concluir la segunda estrofa, El Enriquecimiento Ilícito intentó coimearlo para que se callara, pero ni el espíritu capitalista, ni mucho menos la ética protestante, eran el tipo de tentaciones en las que podía caer nuestro héroe. Luego de la cuarta estrofa, El Engaño dijo que la Loa que había compuesto su amigo era encantadora, pero que lamentablemente no podía quedarse a terminar de escucharla porque había dejado a unos pecadores asándose en el fuego infernal. Aprovechando la interrupción, El Escape huyó despavorido.

Al promediar el cuarto verso de la quinta estrofa de la loa, los tres demonios ya habían volado. Vladi Dobladi estaba exhausto, hasta quizás algo mareado. De algún modo, el poder de la loa también le había hecho efecto. Se apoyó contra la borda y alargó los brazos por fuera de la barca para lavarse la cara. Pero nunca se mojaba. Se estiró un poco más sacando la mitad del cuerpo. No había agua. Ni una sola gota. Ningún mar. Entonces se dio cuenta que la canoa no se movía. Habían encallado. Dobladi bajó de la canoa y tanteó en lo oscuro tratando de alertar a sus compañeros.

- ¡Ey, Monje! Despertate, che. Levantá a los indios. Estamos clavados en el fondo del mar. Esto no se mueve. ¡Nene! ¡Che, nene! Levantate, nenito, prendé el fuego. No se ve nada.

Sacudió primero a uno y después a otro, pero no pudo despabilar a ninguno. Estaban desvanecidos. Se agachó y tocó la superficie que pisaba. Confirmó lo que suponía. Era arena y pensó que habían llegado a una playa, pero seguía sin poder ver y no recordaba haber escuchado el canto de ningún pájaro en las últimas horas. Dio tres pasos largos hacia delante alejándose de la barca. Luego regresó sobre sus pasos para verificar que la canoa todavía estuviera allí. Lo intentó una vez más. Esta vez duplicó la apuesta. Dio seis pasos hacia delante. Regresó. Tocó la madera de la nave y suspiró. Entonces se lanzó una tercera vez con mayor confianza. Caminó derecho apoyando con firmeza las plantas de los pies, alineando el torso y la cabeza con la cadera, para no desviarse. Dio doce pasos. Se agachó. Tocó la arena. Volvió sobre sus pasos. Sin darse vuelta. Caminado hacia atrás. Contó los doce pasos. Tanteó la canoa. Ya no estaba.

- La cagué - pensó Dobladi. Esta vez sí que la cagué.

Solo en el Gran Vacío, se rindió. Sus ojos se llenaron de tristes atardeceres y se dejó caer de rodillas en la arena.

- Este veneno que recorre mi piel mis venas mis arterias más internas los canales más profundos no me deja no me abandona se adhiere a mi piel como vil sanguijuela y es ese sentimiento de muerte de caída de derrota afiebrada de impacto insostenible lo que hiere duele hierve enferma quema quisiera que el veneno se fuera quisiera realmente magia hechizo luz resistencia pero despierto y veo que sigo sangrando soy una mera sombra intrascendente y veo la cicatriz que no se cierra soy una catástrofe cósmica un nervioso mamífero dios de todas las fobias y temores y veo mis brazos hartos de hallarse en cruz que se desploman juro que lo intenté que lo intenté miles de veces simplemente la tristeza consume mi esperanza ahora basta lo siento quiero dejarme morir estar lo siento lo siento y veo la luna que se pudre el queso y los gusanos gusanos azules gusanos verdes y amarillos y amarilla la fiebre la malaria la fiebre tifoidea cepas desconocidas de epidemias la humanidad escudriñando mi cadáver y veo el líquido que circula en mi cuerpo y no es el consuelo ni el ideal silvestre ni el amor verdadero ni la señal del cielo ... es aún el veneno

Con las piernas entumecidas por la quietud y el dolor atornillado en el abdomen, Dobladi no se percató de cómo la tierra se lo estaba tragando, no advirtió que se estaba sepultando en vida. Al mismo tiempo, una fina y constante lluvia de arena dorada colaboraba en la tarea del demonio más oscuro de toda Darklinglandia, El Enterramiento.

Cuando Dobladi despertó de su estupidez humana, la arena ya lo había cubierto hasta los hombros. Quiso moverse pero no pudo. Estaba verdaderamente jodido. Pensó en utilizar otra de las palabras que le había obsequiado El Zar Gamai, pero el papelito había quedado en el bolsillo del pantalón y el pantalón estaba bajo tierra. Entonces, pensando en el poder de las palabras, recordó las últimas que le había dicho El Monje: "Conserve la calma y el corazón contento". La arena le llegaba al cuello. Dobladi se visualizó a sí mismo, solo, hambriento, en un lugar lejano, hundido en la tierra, detrás de una vaga señal en lo profundo del cielo.

- Yo soy El Que Vio La Señal - dijo murmurando para luego gritar:

- ¡Soy el que subió a la barca!

Se sintió completamente ridículo. Los músculos de la cara comenzaron a contraerse y la respiración empezó a acelerarse oxigenando la sangre. Desde el esternón le brotaban ciertos ruidos inarticulados y rítmicos que hacían eclosión en la boca abierta de par en par. Eran risas. Pronto la primitiva hilaridad se convirtió en sonora carcajada.

- agggjjjjajujaijajajaja

Había encontrado el lado cómico del problema. Se estaba riendo. Se estaba riendo de verdad después de mucho mucho tiempo. Y no podía parar. La arena que cubría su cuerpo se abrió hacia los costados permitiendo que Dobladi saliera del atascamiento casi como en un renacimiento.

El último de los seis demonios de Darklinglandia había sido derrotado. Una explosión encandilante estalló en el Gran Vacío. La onda expansiva catapultó a Dobladi de regreso a la barca, donde El Monje y los yaganes dormían como si nada hubiera sucedido. Dobladi se recostó contra las maderas de la canoa encallada y, a los pocos minutos, él también se quedó dormido.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Capítulo 21

El Guardián del Umbral

Hacía ya varias horas que la canoa yagán había partido de la hermosa Barranquilla para internarse en el Mar de las Antillas. Los yaganes no hablaban. La lluvia persistía castigando a la noble embarcación de madera. La barca, que tenía más de diez metros de eslora, estaba dividida en siete secciones. En la popa iba El Padre y los útiles de pesca. En la segunda, la Madre. En la tercera, el Hijo y el fuego. En la cuarta el agua potable. En la quinta, los víveres. En la sexta, El Monje que observaba la lejanía a través del catalejo. En el último compartimento, cerca de la proa, iba Vladi Dobladi y lo que no cabía en otra parte.

Cerca del mediodía dejó de llover. El sol, enorme y rojo, se instaló sobre la barca.

- Es increíble - dijo El Monje mirando el gran disco de fuego.

- Es increíble que aún en medio del mar se sienta tu baranda a pescado - susurró Dobladi justo cuando desde las profundidades, ya no del cielo, sino del mar surgió un gigante gordo y melenudo que en perfecto castellano preguntó:

- ¿Quién golpea a la puerta?

La barca había chocado con las rodillas de aquel ser sobrehumano.

- Es el Guardián del Umbral, Señor. Debe decir su nombre- El Monje, que había leído mucho sobre los habitantes de aquellas aguas, le comunicaba los pasos a seguir.

- Nunca oíste hablar de mí hasta el día de la fecha, pero te aseguro que si no te haces a un lado en este mismo instante recordarás mi gracia por el resto de tu vida. Soy Vladi Dobladi, El Que Vio la Señal y es mi deseo atravesar el Caribe para llegar a Jamaica.

- Jo, jo, jo- rió a carcajadas el simpático ogro de melena enrulada y luego con voz grave agregó:

- Detrás de mi está la oscuridad. ¿No temes a los dragones, los demonios, los querubines, las sirenas, los monstruos peludos? Jo, jo, jo.

- Guarda tu risa para otros marinos y hazte a un lado que vamos a atravesar el umbral - amenazó Dobladi para ver que pasaba.

- Lo harás si respondes a la pregunta del piojo sabelotodo.

El Monje apuntó con su catalejo hacia la cabeza del gigante. El Guardián metió uno de sus dedotes entre los rulos, se rascó el kundalini y despertó al piojo sabelotodo que bostezando preguntó:

- ¿Me quién llama?

- Buenas tardes, piojo. Soy yo. ¿Has dormido bien? - preguntó El Guardián.

- Sí, sí. ¿Sucede qué? ¿Despiertas por qué?

- El señor dice ser El Que Vio La Señal y quiere atravesar el Umbral.

- Veremos lo - dijo el piojo.

El Guardián descorrió su flequillo espiralado de la amplia frente marchita dejando al descubierto el estudio televisivo en miniatura más grande de todo el Mar Caribe. La enfervorizada platea piojosa cuchicheaba y cuchicheaba hasta que un letrero luminoso llamó al orden pidiendo silencio.

- ¡Bienvenidos, queridos piojosos de toda la gran cabeza de El Guardián del Umbral!. Esta es una edición especial de "Si lo sabe, pasa" y ya mismo vamos a la pregunta de esta tarde en la voz inigualable de nuestro amigo el piojo sabelotodo.

El cartel luminoso pidió "aplausos" y el piojaje, género de insectos de lo más obsecuente en el reino animal, respondió a la brevedad con entusiastas palmas.

El piojo conductor cedió el protagonismo al piojo inquisidor quien carraspeó carraspeó y a continuación preguntó:

- ¿Están dónde palabras las perdidas fueron dónde?

Dobladi metió la mano en el bolsillo y sacó el papelito que le había obsequiado El Zar Gamai en las horas finales de La Fiesta.

- Ta - te - ti suerte para mi, si no es para mi será pa-ra- ti, Ta - Te -¡Tí!

- ¡Arriesgar debe ya!

Ante la apurada que le echaba el piojo, Vladi Dobladi leyó la primera palabra:

- ¡Lejos!

El piojo levantó sus cejas, tragó saliva y con la voz quebrada dijo:

- ¡Correcto!

De la cabeza del gigante brotó una catarata de aplausos piojosos.

El Guardián se agachó hasta alcanzar la canoa y apoyó su dedote índice sobre la proa por donde descendió el piojo para abrazar a Dobladi.

- Tengas que suerte mucha humano amigo - dijo el pequeño bichito emocionado.

- Igualmente para todos tus parientes - respondió Dobladi.

Luego El Guardián se hizo a un lado dejando paso a la barca. Desde su cabezota enrulada centenares de piojos enardecidos alentaban a los intrépidos marinos que continuaban su marcha.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Capítulo 20

El Embarcadero

Eran las seis y media de la mañana y aún no amanecía. Dobladi observó a sus amigos durmiendo la mona, apoyados unos cuerpos sobre otros, algunos semidesnudos, otros excesivamente abrigados. Cada cual donde el último efecto del hedonismo lo había depositado.

- Que tengan un buen día- dijo sin que nadie lo escuchara y bajó por la escalerita de madera.

- Que tenga un buen día, Don Tulio.

- ¡Hic! - respondió el tabernero quien aprovechando el anonimato de las masas también se había colado a la fiesta.

Vladi Dobladi partió de "Los Apóstoles" con una sonrisa. Había llovido durante gran parte de la noche y aún goteaba. Caminó por la calle mirando el lodo que se le metía entre los dedos de los pies. Concentrado en los distintos dibujos que formaban las huellas de anteriores transeúntes sobre la superficie embarrada, Dobladi no se dio cuenta que alguien lo estaba siguiendo.

Un hombre alto y flaco con la cabeza cubierta por una capucha de la que asomaba una prominente nariz, avanzaba a unos pocos metros de él como si fuera su escolta.

De pronto Vladi Dobladi sintió olor a pescado. El extraño se había acercado demasiado. Dobladi se dio vuelta pero no vio a nadie. La calle seguía desierta. Puso sus manos en la cadera y se detuvo un momento. Observó a un lado, a otro. Nada. Sólo el olor a pescado que persistía en sus fosas nasales.

- ¿Quién anda ahí?

El Monje se paró bajo la luz de un farolito, se quitó la capucha y se presentó:

- Mi nombre es Martín Pescador, Señor. Hace días que lo busco. Pertenezco a la Orden de los Hermanos Pescadores de la Santa Barca. Tengo un doctorado en "Espacio, Política y Sociedad en el Mar Caribe". Hace semanas que sabemos de usted. Estudiamos su caso, Señor. He sido enviado por nuestro prior para protegerlo y guiarlo en la travesía. Sígame, Señor. Le mostraré donde debe embarcar.

El Monje volvió a colocarse la capucha sobre la cabeza y aceleró el paso. El perseguidor se había transformado en el perseguido.

Agitados por la veloz corrida, llegaron a la zona portuaria de Barranquillas. Había muchos barcos, de todo tipo y tamaño, a motor y a vela, como si fuera un puerto sin tiempo ni medida. El Monje hizo una seña con el dedo indicándole a Vladi Dobladi una fuerte luz que brillaba a lo lejos y hacia allí avanzaron. Junto a uno de los embarcaderos, un indio cargaba una red de pesca en una larga canoa donde una mujer esperaba a su hombre afilando un cuchillo. En el fondo de la embarcación, llevaban un fogón sobre capas de turba. El fuego, primordial fuente de calor y luz, era atendido por un niño.

- ¿Una góndola? -preguntó Dobladi. ¿Voy a cruzar el mar en una góndola?

- Aunque parezca, no es una góndola, Señor. Es una canoa yagán y esta familia de indios yaganes nos transportará hacia el objetivo. Cada primavera construyen la embarcación que los albergará durante todo el año. Confíe en ellos, pasan la mitad de sus vidas en las barcas.

Dobladi miró al cielo como buscando la señal y dijo:

- Que sea haga tu voluntad.

Luego ambos se embarcaron. El Padre desató el cabo de amarre, La Madre comenzó a remar y El Hijo continuó cuidando del fuego. El Que Vio La Señal ya estaba en la barca.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Capítulo 19

La Fiesta


Foto: Dieguitez Petriluski

Vladi Dobladi hubiera preferido marchar en ese mismísimo instante hacia el siguiente capítulo, pero era consciente de la importancia que La Fiesta podía adquirir, con el transcurso de los años, como base para la constitución de su propio mito, y, consecuentemente, para la construcción de esta novela. La ruptura con el pasado se había tornado irreversible. La sustitución de símbolos debía ser tajantemente clara para toda la población.

- ¡Bienvenidos amigos! ¡Bienvenidos a todos! Damas y Caballeros, esta es ... ¡LA FIESTA!- El Zar Gamai había contratado a Pepe Guyi, el animador más popular de la televisión estatal, cuya voz en off inauguró el evento.

El equipo de animación de Pepe Guyi actuó con rapidez. Sin que nadie lo notara, aprovechando la oscuridad que la ingeniosa puesta de luces les otorgaba, los hombres del Guyi Team hicieron desaparecer los platos, la comida, las sillas, los tablones y los mantelitos de plástico. La nueva escenografía era una pista setentosa a lo Fiebre del Sábado por la Noche, con grandes almohadones repartidos por todos los rincones.

Pepe Guyi, con su traje negro y su camisa de cuello ancho y color rojo esmeralda, abierta hasta la punta del esternón, mostrando la pelumbre de su pecho, inició su descenso a través de la gran claraboya, a bordo de un miniescenario colgante personalizado con micrófono incorporado por el cual completamente arrebatado anunciaba:

-No será este un adiós, Vladi Dobladi, te diremos: ¡Hasta Luego!, ¡Hasta la victoria! ¡Forever, compañero! - y el eco de la palabra compañero pronunciada por Guyi quedó suspendido en el aire repitiéndose durante varios y aletargados minutos. Mientras tanto La Doris Day, cada vez más enajenada, arremetía con acelerados covers de La No Smoking Orchestra.

- ¡Vamos con las palmas! ¡Con las palmas!

La voz rasposa de Almond Day clamaba por más aspirinetas. Steve, Simon y Johnny, acompañaban el talento de su hermano mayor con graciosos coros y morisquetas.

En el momento del aterrizaje de Guyi, tres hermosas y regordetas ninfas, montadas en hamacas ornamentadas con florecillas multicolores, hicieron su aparición y comenzaron a pendular entre los invitados arrojando claveles al aire. Muchachotes disfrazados de gauchos con el torso desnudo y bombachas de cuero obsequiaban chupitos que servían como tiro con las botellas que llevaban en sus caderas cual si fuesen revólveres del Lejano Oeste. Conejitas, sí, auténticas conejitas con zapatos de tacos, medias caladas y orejitas de peluche, vagaban entre los presentes con sus bandejitas colmadas de cigarrillos. Odaliscas. Concursos de baile: lambada y tango. Concurso de senos: camisetas mojadas. Cuando pintó el bajón, el animador pegó tres chiflidos, y entonces como espectros, brotaron de la nada Pirilo y sus sobrinas, en roller, trayendo bandejas familiares con las clásicas Fugazzettas desbordadas de aceite y granos de sal gruesa. Media hora después, como último acto, el mismo Pepe Guyi con su barra móvil, empujada por una pareja de tetonas amazonas con trenzas espesas, agitó alquímicas cocteleras y sirvió los mejores tragos.

- ¡Qué organización, Doctor! -gritó Ernesto Botaya que trataba infructuosamente de sentarse en un taburete con rueditas para estrechar la mano de Pepe Guyi.

- ¡Más kechu! -exigió el Jose Angel Garcilaso Abdul-Kabdul López y Carpintero mientras agitaba el esqueleto en medio de una rueda formada por azafatas de Aerolíneas Astrolábicas.

Chicho Serna y García Márkez arrojaban serpentinas contra el pibe Valderrama que las paraba de pechito y luego las pateaba a la tribuna.

Con humildad y sencillez de corazón, Dobladi aceptó las ofrendas que sus amigos, entre copa y copa, le fueron acercando hasta el almohadón en donde reposaba observando mansamente el acontecer de los sucesos.

El Maestro golpeteó con la cucharita en el borde de la copa haciendo "klink klinnnk", pidió permiso a los presentes y recitó a viva voz un poema épico de su autoría titulado "Loa a la Profundidad de la Señal". El poema, compuesto por nueve estrofas escritas en octavas decasilábicas, era un relato de las aventuras compartidas y una glorificación al amor filial que los unía.

La única estrofa que aún se conserva en la Biblioteca de Barranquillas, decía:

Observad sobre Zárate y Quito

sus felices ideas sostener.

La victoria el guerrero chiquito

algún día merece obtener.

Mas la gloria a la fuga se ha dado;

imposible resulta acceder

a la Isla de la Fantasía.

¡Montalbán podría condescender!

Luego fue el turno de Terry Perronel quien le obsequió la auténtica receta de la Sopa Sanpedrina de Pescado (*), escrita en el papel envoltorio de un paquete de yerba.

- Haceme caso, Dobladi. Cuando terminé con la cuarentena, de primer plato te prepará esta sopita y despué me contá.

- La paz esté contigo

- Y con tu estómago.

Minutos después se arrimó Jaleo López.

- Vale tío, que también te he traído un presente de despedida.

Dobladi abrió el atadijo y sacó una bota de vino.

- La he llenado con Binissalem del bueno, del Ribas, hombre, para que te lo bebas cuando llegues a destino.

- Cuando sea la hora, lo beberé sin piedad

- El hombre es lo que bebe.

- Así se habla. ¡Eso es salud, compañero! ¡Y a gozarla!

El último en acercarse fue el Zar Gamai.

- Dobladi, sabemos ya que no es la minería, ni la agricultura, ni la capacidad industrial, ni siquiera el comercio exterior; sino que es El Conocimiento, el verdadero manantial de donde brota la riqueza.

- Al parecer esa es la llave; no hay dudas.

- Pero ¿qué es el conocimiento?

- No lo sé.

- Yo tampoco. Sin embargo te regalaré tres palabras. Me han sido de gran utilidad. Si tu excursión te conduce hacia una situación sin solución, emplea estas palabras, cual si fueran mágicas, sin vacilación. Confío en que este conocimiento hará explotar toda tu capacidad de innovación y te sacará de apuros.

El Zar Gamai metió su mano en la chaqueta, sacó su agenda de bolsillo y un lápiz. A continuación se pasó la mano por la barba, acariciando los pelitos canosos que pululaban por su perilla, y escribió uno a uno los tres vocablos. Luego arrancó la hoja, la dobló en cuatro y se la entregó a Dobladi que se la guardó en el bolsillo.

- Alabada sea La Señal, amado Gamai. Gracias por haber venido.

- No hay fronteras, amigo, en el mercado de las solidaridades.

(*) Nota del traductor: La Sopa Sanpedrina de Pescado es una variante de la Sopa Mallorquina de Pescado. En lugar de preparar el caldo con pescado de mar, se utilizan las espinas y la cabeza de una boga del Paraná.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Capítulo 18

La última cena

Atardecía. Dobladi llegó hasta el muelle donde sus amigos pescaban. Llamó a El Zar Gamai y a Jaleo López y les dijo:

- Vayan a prepararnos lo necesario para la cena.

Ellos le preguntaron:

- ¿Estás bien?

- Sí, sí, estoy bien. Vayan y hagan los que les mando.

El Zar y Jaleo se miraron sorprendidos y tomándolo con humor aceptaron seguirle el juego.

- ¿Y dónde quieres que la preparemos?

Dobladi les respondió:

- Caminen derecho por esta calle. Cuando lleguen a la Avenida, se cruzarán con un señor de bigotes que lleva una damajuana de vino tinto. Síganlo hasta la taberna en donde va a meterse, vayan hasta el mostrador y díganle al cantinero que El Que Vio La Señal quiere saber si esta misma noche se puede comer algún bocadillo. El tipo los llevará por una escalerita de madera hasta un lindo salón que tiene en el piso de arriba, allí encontrarán caballetes y tablones.

Los amigos sonrieron y, sin más interrogantes, partieron rumbo a la Avenida. Encontraron al hombre de la damajuana, lo siguieron hasta el bar "Los Apóstoles", hablaron con Don Tulio Alpedín Dongui, un octogenario muy simpático, quien les alquiló un lindo salón con vista al mar, en la planta alta de su comercio de expendio de bebidas alcohólicas. Todo había sucedido como Dobladi les había dicho que iba a suceder, entonces prepararon todo lo imprescindible para que la cena fuera digna de ser recordada por miles de años.

Llegada la hora, Dobladi se sentó a la mesa con sus amigos. Estaban todos. A la derecha, El Maestro y junto a él Jaleo López, el Zar Gamai y Ernesto Botaya, que de casualidad pasaba por ahí y se quedó a picar algo. A la izquierda, Perronel, La Flaca y los perronelitos.

Dobladi, con la mirada serena, como en un trance posquirúrgico, observó a uno y otro lado de la larga mesa y les habló:

- He querido compartir esta cena con ustedes antes de mi partida a Jamaica, porque les aseguro que ya no probaré más trago hasta que llegue a la ansiada isla.

Y tomando una copa, dio gracias y dijo:

- Libustrina y calefón. Desde que inicié este viaje he tratado de discernir el verdadero significado de estas palabras. Los dos vocablos se unen por una extraña alquimia ajena a mis conocimientos, llegan hasta mis labios ausentes de voluntad y salen hacia el exterior para que alguien las escuche y las explique. Pero hasta el día de hoy eso no sucedió. Así que no se aflijan.

Al notar que a ninguno de los presentes le importaba mucho el asunto, Vladi Dobladi cambió de tema:

- Bebed y comed en memoria mía todos los santos días. Recibirán el llamado de El Que Vio La Señal a su debido tiempo y vendrán a mi encuentro. No apaguen sus celulares. Ustedes son los que permanecieron fieles, los que siempre se mantuvieron a mi lado, los que nunca me negaron, los que no mintieron cuando el alguacil anunció las tormentas. Nos hemos empachado juntos. Hemos sufrido gastritis y úlceras. Nuestros intestinos, nuestros hígados, nuestros estómagos patearon al unísono. Hemos compartido el síndrome del colon irritable, las contracciones rápidas y espasmódicas, diarreas y estreñimientos. Hemos fracasado infinitamente, como ningún grupo andante y sonante lo ha hecho antes. Creo que ha llegado la hora de la verdad, creo que ha llegado la hora de separarnos. Esta misma noche debo partir pero no quisiera irme sin antes dejarles un pequeño recuerdo, un sincero homenaje. ¡Que suene la música! ¡Salud amigos!

Por la escalerita de madera que comunicaba la taberna de Don Tulio con el salón de arriba, aparecieron los hermanos Day interpretando su propia versión de "The Monkey Man". Empezaba La Fiesta.

domingo, 4 de noviembre de 2007

Capítulo 17

De una continuidad no forzada surgida en la duermevela

Triunfante absoluto en las elecciones, Perronel se dispuso a gobernar según el mandato de las bases sociales que lo habían llevado al poder: buena comida para toda la población y un puente para que sus amigos pudieran dar feliz conclusión a su aventura.

Sin embargo, a las pocas semanas, de haber asumido el gobierno, Perronel llamó a sus amigos y los convocó a una reunión de gabinete.

- Muchacho, tenemo que hablar.

El rostro de Terry Perronel preanunciaba que lo que iba a decir no era una buena noticia.

- Hasta acá llegamo. Todo lo ingeniero que consultamo dicen que el puente no se puede hacer, dicen que es una locura. Lo siento, muchacho. Se hizo todo lo que se pudo.

Jaleo López y El Maestro intentaron darle una vuelta al asunto, preguntaron, interrogaron, propusieron, pero Perronel ya había probado con todo.

Dobladi rompió su silencio.

- El Que Vio La Señal subirá a la barca.

- ¡¿Qué?!

- Que es mi tiempo el que se ha iniciado. El tiempo del héroe. Tiempo del guerrero de la luz. La amistad que ustedes me brindaron ...

- ¡Salud! - gritaron al unísono López y El Maestro.

- La amistad que ustedes me brindaron fue el amuleto que atrajo la suerte para que esta travesía llegará hasta este destino. Les agradezco de todo corazón por sus esfuerzos y sus briosas voluntades, pero ahora debo continuar solo por este camino que aquella señal me impuso hace ya tantas jornadas.

Después de hablarles así, Dobladi se fue y se ocultó de ellos por el resto del día.