domingo, 5 de agosto de 2007

Capítulo 4

Donde se cuenta la invitación a Terry Perronel

Recibir una señal en lo profundo del cielo no es cosa de todos los días, así que Vladi Dobladi reaccionó de su estado de embriaguez y puso manos a la obra con el objeto de acabar de una buena vez con los preparativos para la profética travesía.

Aún no contaba con un cocinero apropiado para tal emprendimiento y fue en este quehacer que ubicó todos sus esfuerzos.

Terry Perronel era cocinero. Pero no un cocinero cualquiera. No era un chef internacional de esos que preparan hermosos platos llenos de nada con hojas de lechuga y otras tantas de perejil. No, nada de eso. Terry Perronel era un verdadero artista; un hombre que creaba cultura, que sabía ver más allá de los hidratos de carbono; un ser que dedicaba su vida entera a la preparación de los alimentos más contundentes y a la animación de almuerzos y cenas populares, como el locro del Primero de Mayo o las empanadas del día 25 del mismo mes. Perronel organizaba juegos tales como “la pesca del chorizo colorado”, que consistía en atrapar la mayor cantidad de rodajas del citado embutido en una olla de veinte litros repleta hasta el borde de un espeso guiso de lentejas. Para la realización de este juego, Perronel dividía a los comensales en tres o cuatro equipos a los que les ponía nombre de verduras, lo cual le causaba mucha gracia. También fue el artífice de competencias internacionales impresionantes como aquella tan conocida en la que Vladi Dobladi, bicampeón rosarino, y Jaleo López, tricampeón madrileño, igualaron en cuarenta y tres platos y medio de espaguetis con tuco, en la final del Primer Torneo Iberoamericano de Mayores Comedores de Fideos. Vale aquí recordar a Gonzalo Rodolfo Paellano Barca, valiente representante de Valparaíso, que obtuvo la medalla de bronce en esa misma contienda, éxito que nunca llegó a conocer ya que en el plato número treinta y nueve (mostachones a la manteca), sufrió un ataque cardíaco que acabó con su vida. Desde estas páginas, nuestro permanente y más sincero homenaje.

Precisamente de ese desafío intercontinental nace la amistad entre Dobladi y Perronel. Sucedió que ante el virtual empate, el organizador declaró el premio vacante. El campeón madrileño se retiró en busca de un free-shop donde poder comprar una botella de auténtica sidra asturiana, bebida que el profesional europeo utilizaba como único bajativo oficial luego de cada fecha de la competencia. Al campeón rosarino no le pareció justa la medida tomada por Perronel y pidió que se entregara una medalla dorada a cada uno de los dos vencedores.

Perronel dijo:

- No, no quiero.

Y Dobladi consideró entonces que la mejor manera de hacérselo entender era poniéndole de sombrero un plato colmado por la exquisita pasta casera. Perronel, hombre terco si los hubo alguna vez en la faz de la tierra, no comprendió el mensaje y se tomó a golpes de puño y sartén con el siempre dispuesto Vladi Dobladi. La pelea finalizó inmediatamente debido a la inesperada y milagrosa llegada de Ernesto Botaya con dos damajuanas de vino mendocino. Al poco rato, regresó Jaleo López que no había podido localizar ningún free-shop en todo el barrio y, luego de autoconvencerse de que la sidra asturiana no era ni tan única ni tan oficial, se dedicó a beber el tinto de sus anfitriones, tras lo cual quedaron los cuatro, Perronel, Dobladi, Botaya y López, desparramados por el piso, dormidos, beodos y amigos.

Terry Perronel vivía, desde hacía varios años, justo enfrente de la casa de El Samurai, en la cortada El Perrito Moreno, con su esposa La Flaca, sus nueve hijitos, los Perronelitos, y Tina, la perra.

Vladi Dobladi cruzó la calle y se dirigió con firmeza para hacerle una importante propuesta.

- ¿Así que a Jamaica?

- Sí, ¡Jamaica!

- ¿Y dónde queda eso?

- Ah, no tengo la menor idea.

- ¿Y en qué se llega?

- No sé. Supongo que por la panamericana.

- Tenemo que conseguir un auto entonce.

- Creo que sería lo mejor.

- ¿Y cuando saldríamo?

- A más tardar el domingo, antes de misa.

- ¿Hay que llevar traje de baño?

- Sí, traje de baño y paraguas.

- Listo. ¡Flaca, prepará todo que nos vamo a Jamaica!

Dobladi y Perronel sellaron el encuentro con un brindis de vino Toro Viejo con soda y una suculenta picada llena de aceitunas negras con carozo y aceitunas verdes rellenas con morrón y otras más con anchoas. La Señora Perronel juntó mallas, bikinis y bermudas, ollas y sartenes, paraguas y sombrillas y metiendo todo dentro de una valija brasilera dijo:

- Ya está, nos podemos ir.

- Bueno, espérenme aquí que voy a buscar el auto.

Y así Dobladi salió en busca del auto, mientras veintidós alegres manos de todos los tamaños se agitaban para despedirlo.

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