viernes, 27 de julio de 2007

Capítulo 3

Primera referencia a El Samurai.

El Samurai no era precisamente una compañía desagotadora. En todo caso, su compañía era agotadora, cansadora, pesada, fatigante, densa, molesta. Solía ocurrir que en sus entretenidas veladas se quedaba solo monologando ante una decena de invitados dormidos.

Saludó atentamente a Vladi Dobladi y a El Maestro, quienes fueron convidados imprevistamente a una pequeña comilona al estilo oriental. La clásica austeridad nipona fue representada por seis pizzas de arroz acompañadas por toneladas de cerveza importada por el Zar Gamai para la comunidad de aquellas islas asiáticas, que tan solemnes se ponen a la hora de comprar lo necesario para emborracharse. El ojo visionario del Zar Gamai había avistado el negocio y les trajo desde el mismísimo Tokyo, un container repleto de packs (x 24) de latitas Sampporro.

Sin embargo los nipones no creyeron en la autenticidad de dichas latitas a las que acusaron de ser viles imitaciones del gran brebaje oriental por excelencia. El container entero fue arrestado y las latitas fueron puestas entre rejas. Esto permitió la fuga de unas cuantas de ellas que lograron escabullirse aprovechando los espacios que quedaban entre barrote y barrote. Hasta que al fin, un sargento apellidado García descubrió el error federal en que se había caído y decidió empalizar toda la prisión estatal, sitio en el cual falleció al poco tiempo. Sus últimas palabras fueron: “Muero contento, hemos bebido al enemigo”.

El juicio fue largo y luego de tres años se comprobó la total inocencia de las latitas de cerveza, pero éstas para ese entonces ya estaban vencidas.

El Zar Gamai no se preocupó demasiado por el asunto ya que el tercer mandamiento de su decálogo profesional decía claramente: “Uno de cada diez y todo sigue bien”. Ya habría nuevos negocios para realizar y a fin de cuentas había aprendido una lección: "No debes comerciar con los japoneses, ni con ninguna otra comunidad que sea tan meticulosa a la hora de embriagarse".

Recordando la historia del Zar Gamai y las pobres latitas, Vladi Dobladi se había terminado hasta el último grano de arroz de las pizzas de arroz y hasta la última gota de la rubia bebida. El Maestro yacía a su lado roncando un dos por cuatro de su “buenosairesqueridocuandoyotevuelvaaver”. El Samurai conversaba apasionadamente con El Que Dormía, sin darse cuenta del estado en el que se encontraba su supuesto interlocutor. Dobladi se encontraba abrazado a un par de blondos recipientes vacíos a los que les decía cosas tales como “Esta noche es nuestra noche, chicas”, “La vamos a pasar Bomba” ó “Me encanta tu cuello, nena”. Los envases, hastiados de tanta verde espuma babeante, se desprendieron de los abrazos y besos de Dobladi que no tenía un sólo centavo en sus bolsillos, ni en ningún otro lado, por lo cual les estaba haciendo perder un tiempo valiosísimo que, pese a ser buscado intensamente, jamás pudieron volver a encontrar.

1 comentario:

Inspeculum dijo...

¿No será éste el famoso Sensei que canta el afamado grupúsculo "Las pastillas del abuelo", no?
Ah, no, este es un samurai, no un sensei.
Disculpe la ignorancia.
Siga con ésto, que la barra brava de Villa del Parque le hace el aguante, maestro. Al grito de: ¡vermicelli y sifonazos!
Saludos
A.