domingo, 26 de agosto de 2007

Capítulo 7

En Madrid.

Los dos compañeros estaban rechonchos de felicidad. Era la primera vez que viajaban en avión. La azafata estaba harta de los dos compañeros que estaban rechonchos de felicidad. Era la primera vez que había tenido que servir tanto whisky. En fin, ya estaban en el aire y eso se merecía unos brindis. En medio de los festejos se preguntaron:

- ¿Y por qué nos persigue la policía?

Como no pudieron respondérselo, llamaron a la azafata.

- Bueno, bueno, ya va el whisky, el whisky ya va, ya va, ya va, tengan paciencia que no son los únicos pasajeros a los que les place el servicio de a bordo.

- Señorita, usted se equivoca - le aclaró Dobladi.

- Creo que se ha formado un concepto equivocado de nuestras personas. ¿Es que debo persuadirla de algún modo en particular para que comprenda que nuestros reclamos no provienen de la misma insoportabilidad aquella del beodo empedernido? -agregó El Maestro.

- ¿Qué? ¿no quieren el whisky?

- Bueno, no es que no querramos el whisky. Déjelo ahí. Ya que lo ofrece, lo vamos a tomar. Pero queríamos pedirle otra cosa: un diario argentino. ¿Sería tan amable?

La azafata sirvió dos vasos cuadrados con dos redondos cubos de hielo, todo envuelto por un maravilloso juego líquido y aromático de colores ocres.

Al rato les trajo el Clarín diciendo:

- Y es la última vez que vengo. ¿Me oyeron bien?

Nadie le contestó. Los hombres ya se hallaban inmersos en la lectura. Con juvenil entusiasmo leían las historietas, los chistes y el suplemento deportivo. Después fueron a las policiales. Y ahí estaban. Con foto y todo.

- Mirá, soy yo.

- Y ahí estoy yo.

- Y ese es El Samurai.

Y era verdaderamente El Samurai, el mismo al que habían dejado con el monólogo atragantado en la puerta de su templo del saber y que se había prometido vengar su honor. Abajo de la fotografía del maestro oriental podía leerse claramente: “Tokiyama Gutiérrez, el denunciante”. A la izquierda: “La Interpol los busca por estafa y defraudación al fisco”. A la derecha: “Considerados como los principales sospechosos por la muerte del Sargento García”. Arriba: “Implicados como cómplices en la fuga de seiscientas cuarenta y tres latitas de la tradicional cerveza Sampporro”. En el copete: “Se cree que pretenden huir a Jamaica con parte del botín, en donde los nativos aguardan ansiosos la equitativa distribución del citado líquido elemento”. En un recuadro: “De esta manera, la isla caribeña se convertiría en la Primera República Social-cervecera de América”. Con letras rojas, en un margen: "Washington anuncia que hará lo correcto".

Así, leyendo la página, por cualquiera de sus puntos cardinales, los muchachos se enteraron de las causas políticas, criminales, lingüísticas y religiosas por las que eran perseguidos.

- ¡Samurai, hijo de una buena madre!

- Calma, Dobladi –dijo El Maestro y agregó en un susurró:

- Debemos pasar desapercibidos.

- ¡¿Qué?! –gritó Dobladi que no había escuchado el susurro.

- Que debemos mantener el anonimato. Desde ahora usaremos bigotes postizos, pelucas entalcadas, camisetas del Real Madrid y pantaloncitos negros.

- Me parece excelente. ¡Azafata!

La azafata les consiguió todo lo necesario, incluso una botella del rico Famous Grouse Gold Reserve Deluxe Scotch Whisky para el camino, y en menos de cinco minutos estuvieron aterrizando en el aeropuerto de Barajas, Madrid, con sus nuevas personalidades.

- Creo que no nos reconocieron.

- Parece que no. Es una verdadera suerte.

El hall central del Aeropuerto Internacional de Barajas estaba invadido por tropas del Ejército Español, cascos azules de la ONU, guardias civiles, detectives de la Agencia Pinkerton, custodios de Sara Montiel, representantes de las distintas escuelas de karate instaladas en el barrio chino madrileño, periodistas de la TVE, la CNN, la BBC y la NBA, un destructor y tres submarinos de la Armada Argentina, un relator uruguayo de fútbol, un skinhead paraguayo y mil trescientos cincuenta y cinco hinchas fanáticos del Real Madrid que esperaban con bombos, panderetas, trompetas, castañuelas y estandartes, el triunfal regreso de su equipo, el cual, con garra y estilo, acababa de obtener la copa UEFA.

Estos últimos mil trescientos cincuenta y cinco hombres, mujeres y niños, fueron los que salvaron a Dobladi y a su compañero de caer en las manos vigilantes de las fuerzas especiales, al llevárselos en andas victoriosas, derechito y sin escalas hasta el Santiago Bernabeu, estadio de fútbol en donde esperaban otras mil trescientos cincuenta y cinco personas para homenajear a los héroes de la jornada deportiva.

El resto de los uniformados, que invadían el hall central del aeropuerto, rodeó, interrogó, amenazó, y luego de dos horas y media de trifulcas, logró detener a los integrantes de La Empericada Reggae Band, grupo musical oriundo de Villa Urquiza, que había llegado a la citada capital europea, invitado por el Ministerio de Cultura, para formar parte con otros importantes artistas latinoamericanos de una gira por varias localidades mediterráneas, organizada bajo el lema “Los sudakas somos buenos”.

Al tercer día, fueron liberados y "La Empericada" pudo participar de otra gira. Pero esa es otra historia.

Los fanáticos del Real Madrid llevaron a nuestros amigos hasta el mismísimo terreno de juego, haciendo oídos sordos a las explicaciones que tanto Dobladi como El Maestro trataban de dar a la parcialidad merengue.

- Señores, creo que habéis incurrido en un error. Haced el favor de oír la siguiente argumentación: si yo fuera una estrella de fútbol europeo, si fuera la endiablada gambeta, si mi alma fuera la de un semi-dios, si mi espíritu fuera el de un atleta, si yo realmente fuera quién decís que soy ... ¡Soltame que te mato, a vos, a tu abuela y a tu madrina!

Pero la afición enfervorizada no escucha razones. Es todo pasión, todo corazón, todo sentimiento. Las palabras de sus supuestos ídolos caían una tras otra en sacos vacíos. Los hinchas del Real tenían, como Dobladi, un objetivo que cumplir y eso y nada más que eso fue lo que hicieron. Al llegar al centro del campo, tiraron a sus rehenes sobre el césped húmedo y ahí, siguiendo el tradicional rito pagano de dejar a los héroes en pelotas, quedaron al desnudo sus falsas identidades.

- Que tú no erez Zamorano.

- Y que tú no erez el prínzipe y que tampoco Amavizca.

Engañados, conmocionados, defraudados en lo más hondo de sus corazones, los barrabravas de la campeonísima escuadra corrieron a los dos involuntarios impostores hasta la boca de los túneles con intenciones “non sanctas”. A punto estuvieron de cazarlos al llegar a la zona de vestuarios. Y lo hubieran sufrido mucho, si no hubiera sido por esa melodiosa voz que desde el fondo de las duchas les gritó:

- ¡Por aquí, gilipollas!

Era nada más y nada menos que el viejo camarada de Dobladi: Don Jaleo López. El legendario campeón madrileño, cuya fama de gran comedor de fideos aún surcaba por cacerolas y vasijas de los seis continentes (*), les había salvado la vida.

(*) Nota del traductor: Se incluye aquí al continente antártico en donde López, a bordo de un tenedor tramontina obtuvo la medalla polar en la especialidad “Macarrones on the Rocks”, con la increíble suma de treinta y cinco platos helados.

López los llevó, a través de un conglomerado laberíntico de callejuelas y recovecos, hasta su propia guarida: un molino de vientos reciclado que perteneciera en vida al mismísimo Sancho Panza. El simpático gordinflón, según la versión que ofreció Jaleo, se había hecho de algunas propiedades que fueran del manco, luego de ganarle un juicio motivado por la violación que el escritor hiciera a sus derechos a la imagen, la honra y la intimidad, por la publicación de textos e ilustraciones personalísimos en la famosa novela “Don Quijote de la Mancha”.

- Bueno, aquí estaréis a salvo al menos por unos días.

En el sótano del molino había una pequeña bodega y fue de allí de donde López trajo las botellas del auténtico y mejor vinazi de todo el Ebro.

- El encuentro merece un brindis- dijo Jaleo y destapó la primera botella.

- Todo encuentro merece un brindis- dijo Dobladi.

- El brindis es el gesto supremo que representa al encuentro- dijo El Maestro.

El Rioja era bueno, más que bueno, excelente, como bueno y más que bueno es siempre el vino español bien cuidado y quizás por esto, las bellas copas flamencas se vaciaron una y otra vez.


domingo, 19 de agosto de 2007

Capítulo 6

De los bellos sucesos acaecidos en el Aeropuerto.


- Dos pasajes a Madrid para el próximo vuelo.

- Sale dentro de cinco horas.

- No tiene nada antes.

- Sí, tengo un vuelo a Caracas, otro a Moscú, otro a Los Angeles, tengo que tomar el té, tengo que ir al baño, tengo que llevar estas planillas a mi jefe, tengo que telefonear a mi novio, tengo que ...

- No, no. Le pregunto si no hay otro vuelo a Madrid antes que el que me ofreció para dentro de cinco horas.

- No, es el único.

- Bueno, si no hay más remedio, deme dos.

- Bien, dos mil doscientos veintidós dolares con veinte centavos.

- Mire, ahora no tengo, pero se los traigo la semana que viene.

- ¿Me lo promete?

- Se lo juro por mi madre que está en el cielo, señorita.

- Muy bien, entonces deme los pasaportes, por favor.

- ¿Pasaportes?

- Sí, los pasaportes, unas libretitas muy bonitas llenas de letritas muy chiquitas que tienen una foto y sirven para viajar.

- No, eso no tenemos.

- Entonces lo siento. No van a poder viajar.

- ¿Cómo que no? Usted no entiende. Por favor, necesito viajar ...

- Lo siento. Sin pasaportes no va a poder ser.

- ¿Y usted no me podría prestar el suyo?

- ¿Me lo va a traer la semana que viene con los dos mil doscientos veintidos dólares con veinte centavos?

- Sí, señorita, por favor, le prometo que no la voy a defraudar.

- Bueno, bueno, pero que sea la última vez que viene al aeropuerto sin dólares y sin pasaporte, ¿eh? ¿Me escuchó bien?

- Sí, la escuché. Lo que pasa es que salimos tan apurados. Usted no sabe lo duro que resulta recibir una señal desde lo profundo del cielo.

- ¿Cómo dijo?

- Que usted no sabe lo difícil que resulta...

- No, no, no, lo difícil no, lo duro, lo duro, usted no sabe lo DURO que resulta recibir una señal desde lo profundo del cielo. Esas son las palabras. Usted es ... usted es ... ¿Usted es Vladi Dobladi?

- Sí.

- ¿Y aquel que está durmiendo en el banco entonces es El Maestro?.

- Claro, por supuesto, mi compañero.

- ¡Moria, Susana! ¡Chicas! ¡Llegaron! ¡Ya están aquí!

- Perdón, señorita, ¿nos conocemos de algún lado?, ¿tal vez de los bailes dominicales del Club Provincial?, ¿de las trasnoches sabatinas del recuerdo en Década Discoteque? ¿del recital de los Redondos en Airport?

- No, no, usted no me conoce. Yo los conozco a ustedes pero ustedes no me conocen.

- Ummmhhh, ¡cuánto misterio!

- Ningún misterio, señor Dobladi, ¿o puedo llamarlo “Vladimir”?

- Como guste, señorita. Ahora bien, ¿de dónde me conoce?

- Del libro.

- ¿Qué libro?

- “Una Señal en lo profundo del cielo”. Lo leí cuatro veces.

- ¿Así que un libro? Pero, ¡con razón!

- ¿Estamos en la parte que ustedes llegan al aeropuerto de Ezeiza y hablan con la encantadora empleada de Aerolíneas Astrolábicas, la cual graciosamente les facilita dos pasajes a Madrid, ciudad a la que viajan para ver de conseguir un automóvil, máquina que necesitan para dar cumplimiento al profético signo que usted mismo vio? ¿no?

- Digamos que sí, señorita, algo de eso.

- Yo le decía a las chicas: “Ojalá que cuando lleguen/ vladimirus y el maestre/ me toque estar de turnete/ en la atención al cliente”.

- ¿Qué lindo, no?

- ¡Estoy maravillada, pasmada, deslumbrada ... ahhhh ... ¿me podría firmar aquí?, es para una amiga que lo admira, eso, póngale: “Para Ethel, azafata hasta la muerte, con absurdo cariño”. Gracias, Vladimir, muchas gracias, no lo va a poder creer.

- No, de nada.

El que no lo podía creer era Vladi Dobladi. Tener que esperar cinco horas para tomar un avión a Madrid, en un aeropuerto que se precia de ser internacional, ya era demasiado. La larga demora se sumaba al reciente descubrimiento de ser parte involuntaria de un libro cuyo desarrollo desconocía. En síntesis, Dobladi había comenzado a irritarse y, a esta altura de la novela, ya todos nos podemos dar una idea bastante acertada de lo que puede ocurrir cuando esto ocurre.

El Maestro seguía durmiendo. La Empleada seguía hablando.

- ¿Y qué piensan hacer ahora con la policía pisándoles los talones?

- ¡¿Qué?! ¿La policía?

- Sí, la policía. Incluso está en el diario, mire.

La noticia era de tapa.

POLEMICAS DECLARACIONES DEL MINISTRO DE ECONOMIA.

“YO NO MIRO TELEVISION PORQUE NO ME GUSTA LO QUE DAN”

Los Senadores de la oposición pidieron juicio político para el nuevo funcionario del gobierno.

QUIEREN QUE LA GENTE COMPRE TOCADISCOS CON CREDITOS BARATOS.

PLAN PARA QUE UN MILLON DE HOGARES TENGA MUSICA.

El Gobierno busca que los sectores medios y bajos accedan a las mejores canciones del momento. Habrá préstamos del Banco Nación para comprar tocadiscos. Se podrán pagar hasta en 36 cuotas. El paquete incluirá acceso a frecuencia modulada y un disco en vivo de Los Parchís.

FALTANTE DE LATITAS.

DOS TIPOS AUDACES TRAS UNA SEÑAL DEL CIELO.

La banda pro-jamaiquina estaría a punto de abordar un avión con destino a Madrid. La policía tiende un cerco alrededor del aeropuerto internacional de Ezeiza.

Dobladi le devolvió el periódico a La Empleada. Luego se despidió de su fan con un enfático beso sopapa. Corrió hasta donde El Maestro dormía y lo despertó diciéndole:

- Rajemos, la yuta.

El Maestro no entendía la causa exacta por la que era obligado a despertar de esa manera impetuosa. Pero por las dudas, por reflejo y por experiencia, empezó a correr. Por los altoparlantes se anunciaba la partida del vuelo 55 con destino a Madrid. Nuestros amigos lo abordaron presurosos.

domingo, 12 de agosto de 2007

Capítulo 5

Sobre la Larga Marcha de Vladi Dobladi.

Cuando llegó a la esquina, Vladi Dobladi recordó que no tenía auto, que nunca había tenido uno y que además no sabía manejar. Pero esto no detuvo al valiente Dobladi que, al mismo tiempo que rememoraba su incapacidad automovilística, se acordaba que había dejado a El Maestro en casa de El Samurai.

- El control de la respiración, la meditación, el no- interés por los objetos exteriores, la concentración de pensamiento, la búsqueda del autocontrol y el equilibrio, una vez que has advertido todo esto, ya no tienes motivo de temor.

- Ciertamente creo que hay más verdad en tus reflexiones que en cuanto suelo oír por ahí, oh querido samurai.

Dobladi lamentó tener que interrumpir ese diálogo repleto de respeto, caballerosidad, sabiduría y belleza lingüística. Pero él había recibido una señal desde lo profundo del cielo y el tiempo se le estaba acabando.

- ... no hacer violencia a ser alguno, decir la verdad, no aceptar dones y buscar las posturas físicas que favorezcan el equilibrio ...

- Ejem, ejem – tosió Dobladi. Disculpe Samurai pero ...

- Pero, pero, pero, pero ¿pero qué?, ¿no ves que estoy hablando? ¿sos sordo o qué sos? ¡Mary, traéme el lexotanil! -exigió desaforado El Samurai a su señora esposa.

Terriblemente decepcionado por la metamorfosis que acababa de presenciar, El Maestro se levantó del piso, en donde se encontraba intentando alcanzar la postura de la serpiente enredada, y se dirigió a la puerta de la casa seguido muy de cerca por Dobladi. Antes de salir, El Maestro miró a El Samurai y le clavó una frase que perduraría por varias semanas en su pobre memoria:

- Nunca creí que alguien pudiera parecerse tanto a mí. Lo desprecio por eso. Ahora me voy y me llevo conmigo una nueva desilusión. Desilusión que no será tal cuando el tiempo con su natural efecto coagulante sane este dolor que no termina.

El Samurai trató de convencerlos para que se quedaran a escuchar otra parte muy interesante de su exposición sobre la espiritualidad oriental y para tentarlos les ofreció nuevas pizzas de arroz con cerveza Sampporro, propuesta que casi hace regresar a Vladi Dobladi, mas el recuerdo de la profecía del cielo lo hizo volver sobre sus pasos para continuar su camino.

Caminaron y caminaron. Un silencio espantoso los acompañaba. Cuando al fin Dobladi habló, ya estaban en San Pedro.

- Bueno, Maestro, no te pongas así. Necesito tenerte en óptimas condiciones para el viaje. A propósito, ¿vos no tenías un auto?

Siguieron caminando. Pasaron cuatro estaciones de servicio, dos puestos camineros de la policía, siete parrilllas con choripán a un peso y veinticuatro moteles con sus correspondientes veinticuatro carteles de neón.

- Disculpame, Vladimiro, ¿qué me estabas diciendo? Una nube de oscuros pensamientos se ha apoderado de mis buenas intenciones y temo que me conduzcan hacia la pasión indómita, aquella de donde no hay regreso.

- ¿Si vos no tenías un auto?. Yo me acuerdo que alguna vez viajamos en un Ami Ocho celeste modelo setenta y dos y que el que manejaba eras vos.

- Sí, sí. Es verdad. Ahora necesito caminar un poco, disculpame. ¡Qué jornada agobiante, Vladimiro, oh, que momento tan horrible he pasado!

Caminaron y caminaron y caminaron. Silenciosos. Caminaron y caminaron y caminaron. Apesadumbrado por lo ocurrido, El Maestro intentaba hallar una respuesta filosófica que aliviara un poquito su intenso malestar cultural. Caminaron y caminaron y caminaron. Y así llegaron a Buenos Aires.

- ¡Buenos Aires! - gritó El Maestro al ver el obelisco y, como mágicamente recuperado de su reciente pesado pesar, continuó hablando:

- Sí, pero ocurre que no lo tengo más. Cuando me separé de mi cuarta mujer lo arrojé simbólicamente al río Carcarañá. ¿Querés que lo vayamos a buscar?

- No, dejá, dejá, no tiene sentido. Ya alguien se lo habrá llevado.

Dobladi y El Maestro se sentaron en un banco de la Plaza de los Dos Congresos. Una anciana miope que los confundió con palomas les tiraba miguitas de pan.

- ¡Ya sé!

- ¿Qué?

- Lo del auto para ir a Jamaica.

- ¿Qué?

- ¿Te acordás de López, el campeón madrileño?

- Sí.

- Bueno, él tiene un primo que tiene un auto.

- ¡Fantástico!

- ¡Libustrina y Calefooón!

Los dos hombres se levantaron del banquito placero con el impulso vital propio de las aves que eran y partieron raudamente hacia el aeropuerto de Ezeiza.

domingo, 5 de agosto de 2007

Capítulo 4

Donde se cuenta la invitación a Terry Perronel

Recibir una señal en lo profundo del cielo no es cosa de todos los días, así que Vladi Dobladi reaccionó de su estado de embriaguez y puso manos a la obra con el objeto de acabar de una buena vez con los preparativos para la profética travesía.

Aún no contaba con un cocinero apropiado para tal emprendimiento y fue en este quehacer que ubicó todos sus esfuerzos.

Terry Perronel era cocinero. Pero no un cocinero cualquiera. No era un chef internacional de esos que preparan hermosos platos llenos de nada con hojas de lechuga y otras tantas de perejil. No, nada de eso. Terry Perronel era un verdadero artista; un hombre que creaba cultura, que sabía ver más allá de los hidratos de carbono; un ser que dedicaba su vida entera a la preparación de los alimentos más contundentes y a la animación de almuerzos y cenas populares, como el locro del Primero de Mayo o las empanadas del día 25 del mismo mes. Perronel organizaba juegos tales como “la pesca del chorizo colorado”, que consistía en atrapar la mayor cantidad de rodajas del citado embutido en una olla de veinte litros repleta hasta el borde de un espeso guiso de lentejas. Para la realización de este juego, Perronel dividía a los comensales en tres o cuatro equipos a los que les ponía nombre de verduras, lo cual le causaba mucha gracia. También fue el artífice de competencias internacionales impresionantes como aquella tan conocida en la que Vladi Dobladi, bicampeón rosarino, y Jaleo López, tricampeón madrileño, igualaron en cuarenta y tres platos y medio de espaguetis con tuco, en la final del Primer Torneo Iberoamericano de Mayores Comedores de Fideos. Vale aquí recordar a Gonzalo Rodolfo Paellano Barca, valiente representante de Valparaíso, que obtuvo la medalla de bronce en esa misma contienda, éxito que nunca llegó a conocer ya que en el plato número treinta y nueve (mostachones a la manteca), sufrió un ataque cardíaco que acabó con su vida. Desde estas páginas, nuestro permanente y más sincero homenaje.

Precisamente de ese desafío intercontinental nace la amistad entre Dobladi y Perronel. Sucedió que ante el virtual empate, el organizador declaró el premio vacante. El campeón madrileño se retiró en busca de un free-shop donde poder comprar una botella de auténtica sidra asturiana, bebida que el profesional europeo utilizaba como único bajativo oficial luego de cada fecha de la competencia. Al campeón rosarino no le pareció justa la medida tomada por Perronel y pidió que se entregara una medalla dorada a cada uno de los dos vencedores.

Perronel dijo:

- No, no quiero.

Y Dobladi consideró entonces que la mejor manera de hacérselo entender era poniéndole de sombrero un plato colmado por la exquisita pasta casera. Perronel, hombre terco si los hubo alguna vez en la faz de la tierra, no comprendió el mensaje y se tomó a golpes de puño y sartén con el siempre dispuesto Vladi Dobladi. La pelea finalizó inmediatamente debido a la inesperada y milagrosa llegada de Ernesto Botaya con dos damajuanas de vino mendocino. Al poco rato, regresó Jaleo López que no había podido localizar ningún free-shop en todo el barrio y, luego de autoconvencerse de que la sidra asturiana no era ni tan única ni tan oficial, se dedicó a beber el tinto de sus anfitriones, tras lo cual quedaron los cuatro, Perronel, Dobladi, Botaya y López, desparramados por el piso, dormidos, beodos y amigos.

Terry Perronel vivía, desde hacía varios años, justo enfrente de la casa de El Samurai, en la cortada El Perrito Moreno, con su esposa La Flaca, sus nueve hijitos, los Perronelitos, y Tina, la perra.

Vladi Dobladi cruzó la calle y se dirigió con firmeza para hacerle una importante propuesta.

- ¿Así que a Jamaica?

- Sí, ¡Jamaica!

- ¿Y dónde queda eso?

- Ah, no tengo la menor idea.

- ¿Y en qué se llega?

- No sé. Supongo que por la panamericana.

- Tenemo que conseguir un auto entonce.

- Creo que sería lo mejor.

- ¿Y cuando saldríamo?

- A más tardar el domingo, antes de misa.

- ¿Hay que llevar traje de baño?

- Sí, traje de baño y paraguas.

- Listo. ¡Flaca, prepará todo que nos vamo a Jamaica!

Dobladi y Perronel sellaron el encuentro con un brindis de vino Toro Viejo con soda y una suculenta picada llena de aceitunas negras con carozo y aceitunas verdes rellenas con morrón y otras más con anchoas. La Señora Perronel juntó mallas, bikinis y bermudas, ollas y sartenes, paraguas y sombrillas y metiendo todo dentro de una valija brasilera dijo:

- Ya está, nos podemos ir.

- Bueno, espérenme aquí que voy a buscar el auto.

Y así Dobladi salió en busca del auto, mientras veintidós alegres manos de todos los tamaños se agitaban para despedirlo.