domingo, 2 de diciembre de 2007

Capítulo 21

El Guardián del Umbral

Hacía ya varias horas que la canoa yagán había partido de la hermosa Barranquilla para internarse en el Mar de las Antillas. Los yaganes no hablaban. La lluvia persistía castigando a la noble embarcación de madera. La barca, que tenía más de diez metros de eslora, estaba dividida en siete secciones. En la popa iba El Padre y los útiles de pesca. En la segunda, la Madre. En la tercera, el Hijo y el fuego. En la cuarta el agua potable. En la quinta, los víveres. En la sexta, El Monje que observaba la lejanía a través del catalejo. En el último compartimento, cerca de la proa, iba Vladi Dobladi y lo que no cabía en otra parte.

Cerca del mediodía dejó de llover. El sol, enorme y rojo, se instaló sobre la barca.

- Es increíble - dijo El Monje mirando el gran disco de fuego.

- Es increíble que aún en medio del mar se sienta tu baranda a pescado - susurró Dobladi justo cuando desde las profundidades, ya no del cielo, sino del mar surgió un gigante gordo y melenudo que en perfecto castellano preguntó:

- ¿Quién golpea a la puerta?

La barca había chocado con las rodillas de aquel ser sobrehumano.

- Es el Guardián del Umbral, Señor. Debe decir su nombre- El Monje, que había leído mucho sobre los habitantes de aquellas aguas, le comunicaba los pasos a seguir.

- Nunca oíste hablar de mí hasta el día de la fecha, pero te aseguro que si no te haces a un lado en este mismo instante recordarás mi gracia por el resto de tu vida. Soy Vladi Dobladi, El Que Vio la Señal y es mi deseo atravesar el Caribe para llegar a Jamaica.

- Jo, jo, jo- rió a carcajadas el simpático ogro de melena enrulada y luego con voz grave agregó:

- Detrás de mi está la oscuridad. ¿No temes a los dragones, los demonios, los querubines, las sirenas, los monstruos peludos? Jo, jo, jo.

- Guarda tu risa para otros marinos y hazte a un lado que vamos a atravesar el umbral - amenazó Dobladi para ver que pasaba.

- Lo harás si respondes a la pregunta del piojo sabelotodo.

El Monje apuntó con su catalejo hacia la cabeza del gigante. El Guardián metió uno de sus dedotes entre los rulos, se rascó el kundalini y despertó al piojo sabelotodo que bostezando preguntó:

- ¿Me quién llama?

- Buenas tardes, piojo. Soy yo. ¿Has dormido bien? - preguntó El Guardián.

- Sí, sí. ¿Sucede qué? ¿Despiertas por qué?

- El señor dice ser El Que Vio La Señal y quiere atravesar el Umbral.

- Veremos lo - dijo el piojo.

El Guardián descorrió su flequillo espiralado de la amplia frente marchita dejando al descubierto el estudio televisivo en miniatura más grande de todo el Mar Caribe. La enfervorizada platea piojosa cuchicheaba y cuchicheaba hasta que un letrero luminoso llamó al orden pidiendo silencio.

- ¡Bienvenidos, queridos piojosos de toda la gran cabeza de El Guardián del Umbral!. Esta es una edición especial de "Si lo sabe, pasa" y ya mismo vamos a la pregunta de esta tarde en la voz inigualable de nuestro amigo el piojo sabelotodo.

El cartel luminoso pidió "aplausos" y el piojaje, género de insectos de lo más obsecuente en el reino animal, respondió a la brevedad con entusiastas palmas.

El piojo conductor cedió el protagonismo al piojo inquisidor quien carraspeó carraspeó y a continuación preguntó:

- ¿Están dónde palabras las perdidas fueron dónde?

Dobladi metió la mano en el bolsillo y sacó el papelito que le había obsequiado El Zar Gamai en las horas finales de La Fiesta.

- Ta - te - ti suerte para mi, si no es para mi será pa-ra- ti, Ta - Te -¡Tí!

- ¡Arriesgar debe ya!

Ante la apurada que le echaba el piojo, Vladi Dobladi leyó la primera palabra:

- ¡Lejos!

El piojo levantó sus cejas, tragó saliva y con la voz quebrada dijo:

- ¡Correcto!

De la cabeza del gigante brotó una catarata de aplausos piojosos.

El Guardián se agachó hasta alcanzar la canoa y apoyó su dedote índice sobre la proa por donde descendió el piojo para abrazar a Dobladi.

- Tengas que suerte mucha humano amigo - dijo el pequeño bichito emocionado.

- Igualmente para todos tus parientes - respondió Dobladi.

Luego El Guardián se hizo a un lado dejando paso a la barca. Desde su cabezota enrulada centenares de piojos enardecidos alentaban a los intrépidos marinos que continuaban su marcha.

1 comentario:

Cecilia dijo...

Aguante el Piojo Sabe-lotodo!!!