domingo, 2 de septiembre de 2007

Capítulo 8

De las inquietudes biológicas que suele ocasionar la velocidad del tiempo.

En fin, la cuestión es que así, entre vinos y recuerdos, los tres hombres se durmieron olvidando prontamente su razón de prófugos. La mañana los sacudió con esos rayos de sol colmados de resentimientos, característicos de las pobres mañanas, obligadas a amanecer más temprano que nadie, en todos los santos días. Rayos de sol que, al fin y al cabo, cumplieron un rol definitivo en esta historia al lograr la aceleración sin culpa de la carne. Es que verdaderamente si por ellos no fuera, Dobladi jamás hubiera podido llegar a cumplir su promesa, ya que se hubiera encontrado en pleno eterno sueño y ya era domingo. Seguramente por esto, El Maestro se despertó diciendo:

- Oh, rayos de sol que habitáis las horas amargas de la existencia, benditos sean por el Señor, ya que su luz, milagrosamente molesta, nos ha dado la buena virtud, con la que venceremos la tentación satánica del falso camino, donde los pecadores amanecen llorando por la pérdida del tiempo. Oh, rayos de sol que ya en mi niñez temprana, yo maldecía cual hoy lo hago en verborrágicas alabanzas. Oh, rayos de sol que en mi nostalgia haces regresar a la memoria aquel tango punzante que dice así ...

- La que te parió, Maestro, dormite, ¿querés?

Lo de Dobladi no era la letra de aquel tango sino las consecuencias del ingrato despertar a través al cual había sido conducido por la matinal oración de su compañero.

- Es domingo, querido Vladimir. Ya no nos queda demasiado tiempo. Perronel espera nuestro regreso para hoy antes de misa.

- Uuuuuy, mamita querida. Es cierto. ¡Jaleo!

Jaleo López roncaba profundamente.

- ¡Jaleo, despertate!

Jaleo López no reaccionaba.

- ¡Jaleo, despertate, necesitamos tu ayuda!

Jaleo López dormía.

- ¡Jaleo, la verde y rancia raíz de tu madrina!

Jaleo López no hacía caso a los insultos.

- ¡Jaleo, despertate o te reviento!

Jaleo López no temía a las amenazas.

- ¡Jaleo, ya está la comida!

Jaleo López saltó de la cama.

- Pues hombre, vamos que se enfría, ala, ala ... no os quedéis ahí parados.

Jaleo López casi lloró al comprobar que todo era una emboscada traicionera cuyo único y vil fin era hacerlo levantar del fiel colchón.

- Jaleo - dijo El Maestro. Que tu vital y espontánea alegría no flaqueé en este momento. Tu capacidad de reacción puede ser la nafta que haga combustión en el motor de la historia moderna.

- Ya, calla. ¿Qué coño queréis?

Dobladi relató a López los acontecimientos de la primera página de esta novela haciendo de paso referencia a la irresponsabilidad y negligencia profesional del escritor del mismo que en ese instante, ante la hoja en blanco y tampoco ahora con más de dos docenas de hojas llenas de complicados absurdos se puso a contar una aventura que no sabe cómo continuar.

Después de terminar con el raconto de los hechos, Vladi Dobladi interrogó a su camarada de armas, tenedores, cucharas, cuchillos y cuchicherías afínes:

- ¿Qué hay de tu primo? ¿Podremos contar con él?

Y entonces López les narró la historia que a continuación intentaré transcribir con la mayor fidelidad posible.

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