viernes, 28 de septiembre de 2007

Capítulo 12

En Barranquilla

Dobladi, López y El Maestro saludaron a toda la guarnición palera y ya en el Seat 600 fueron en busca de Perronel y su familia.

Grandes fueron los abrazos que este reencuentro produjo y hubieran estado de comilona en comilona por varias semanas, si no fuera por esa cualidad que tiene el tiempo de correr más veloz que cualquier hombre.

- Bueno, ya estamos todos. ¡Carguemos las cosas y a Jamaica!

La Señora Perronel ordenó cuidadosamente el equipaje familiar dentro del auto, luego hizo ascender a cada uno de sus nueve hijos ubicándolos de menor a mayor. Finalmente entró ella tomando la precaución de dejar un pequeño lugarcito en el piso, entre sus piernas, para apoyar el equipo de mate.

- Vamos, muchachos, sólo faltan ustedes- les gritó a través de la ventanilla.

Y entonces, primero Perronel y luego los demás, ingresaron todos a la pequeña nave.

López que iba al volante pidió a alguno de sus acompañantes que le indicara el camino a seguir. Por suerte, El Maestro llevaba un globo terráqueo y entonces se hizo cargo del copilotaje, señalando a su debido tiempo, todos los accesos posibles hacia la autopista panamericana. Atravesaron sin mayores dificultades los territorios de Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, hasta llegar a la ciudad de Barranquilla.

- ¿Por qué nos detenemos?- preguntó Dobladi bastante molesto.

- Es que eso que tenemos por delante se llama Mar de las Antillas o Mar Caribe y está formado por grandes extensiones de agua y este auto no es anfibio- respondió El Maestro observando su globo terráqueo.

- ¿Y ahora? ¿Qué hacemos? -dijo Dobladi que ya para esa altura sólo hacía preguntas.

Perronel no dudó.

- Creo que sería bueno preparar un frugal almuerzo. Con la panza llena se piensa mejor.

Todos estuvieron de acuerdo, especialmente López.

- Vale, hombre, una comidilla liviana para continuar con renovadas energías el tramo final de tan noble odisea.

- No se puede estudiar ninguna situación con el estómago vacío - asintió El Maestro.

- ¡Flaca, bajá a lo chicos y que empiecen a pelar la papa! Mi olla, mi olla, ¿a ver? ¿dónde está mi olla?. Vo, Lópe, tomá, descorchá. Maestro de lo maestro, hacete un fueguito ahí, eso, muy bien. ¡Dobladi!, vo buscá lo ... lo ... ¿Dobladi? ¡¿Dobladiiiiiiii?!.

Dobladi estaba ajeno al movimiento culinario de sus compañeros. Sentado frente al inmenso mar, pensaba en la manera más eficaz y práctica, más rápida y dinámica, menos costosa y menos disparatada, de cruzar las aguas que lo separaban de Jamaica, templo de su deidad, objetivo de sus días, sitial ritual de sus sueños mejores, Jamaica, la bella, la cruel, la única, la ansiada Meca de su fantasía.

Dobladi se había convertido en un estratega. Su imagen contemplativa simulaba a la de un San Martín pintado al óleo en el cruce andino. Dobladi, con el correr agitado de los días, había cambiado. Ya no era el guerrero furioso, herido, impulsivo, violento, resentido, marginal, de los días en que se enfrentaba a las calles y a las puertas. Era un Romell meditando el accionar de sus fuerzas ante un desierto carnívoro. Era un Bonaparte, un César, un adelantado, un renacentista, un artista, un pequeño buda, un profeta:

- El que ha recibido la señal no teme a sus enemigos porque sabe que en su corazón late el Universo. El que ha recibido la señal acepta la adversidad y aprende a perdonar tanto a calles como a puertas. Y a todo aquel enemigo que la ruta le presente, El que ha recibido la señal, le ofrece su saludo de paz, fraternidad y amor. El que ha recibido la señal debe ser simple como el perejil y prudente como la cucaracha que escapa rauda ante el avistaje de cualquier chancleta.

Vladi Dobladi había escalado un peldaño en su camino a la iluminación. De pronto un brillo cubrió su rostro. La idea había arribado.

- Un brillo es un movimiento- le dijo López que hacía unos cuantos minutos que lo observaba sentado a unos pocos pasos.

- Un brillo es un movimiento –repitió Dobladi sonriente. Tenés razón, che, López, y como decía un notable pensador cuyo nombre no puedo recordar: “Si el movimiento se demuestra andando, pues entonces ... ¡andemos!”.

En ese momento, los dos comprendieron que vale más el tesón que los bienes materiales y sellaron este entendimiento con un brindis. Jaleo siempre llevaba consigo alguna botellita. En este caso se trataba de un rico Binissalem de la familia Rivas, originario de las Islas Baleares. Luego de bebérselo todo, se levantaron de las rocas en las que estaban sentados, dejando la costa y las abstracciones, y se unieron a los otros que ya estaban sentados a la mesa.

Dobladi, en la cabecera, anunció su propósito.

- Tengo la respuesta. Sé como cruzar ese mar.

Los nueve hijos de Terry Perronel y la Señora Perronel saltaron de alegría. Eran los únicos que todavía confiaban en las virtudes de Vladi Dobladi. Pero luego de escuchar el plan, hasta los más escépticos dieron el visto bueno.

Y entonces dijo Dobladi:

- Desde aquí hasta Jamaica, nuestra meta, sólo hay agua. Y al agua se la cruza de una sola manera.

- ¡Aprenderemos a caminar sobre ella!- gritó El Maestro.

- No, mi querido amigo. Eso nos llevaría muchos años y tal vez nunca conozcamos el secreto que hace que algunos seres puedan levitar. Incluso si lo encontraramos, si una nueva señal nos iluminara dándonos la receta que tan celosamente guardan aves y peces, ¡¿cómo podríamos explicársela al auto?!

- Pero podríamos dejar el auto aquí y cruzar sólo nosotros- sugirió el mayor de los hijos de Perronel.

- No seá cruel, Zacaría Yunior. El auto llegó hasta aquí sudando junto a nosotros cada gota de aceite. Y ahora, ¿te parece justo dejarlo así, abandonado y solo, en un sitio que no conoce, sólo porque ya no nos sirve? ¿Qué aprendiste en la escuela?- Perronel reprendió con severidad a su amado vástago dando una lección de vida a todos los presentes.

- Sabias son las palabras de tu padre, Zacarías Junior. El auto vino con nosotros y el auto nos seguirá hasta el final. Ahora bien, dejadme hacer un raconto del plan que tengo en mente.

Y entonces Vladi Dobladi anunció los pasos a seguir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguro que si se lo explican bien al 600, levita y lo que haga falta. Fui joven en aquellos tiempos en los que en un 600 cabían ciento, la madre y el padre, más dos o tres elefantes; tiempos en los que con un 600 nos cruzábamos -por carreteras de tortura- España, Francia, Alemania, y lo que hiciera falta...
Felicidades por el relato
Hannah

fermut dijo...

sin duda!
con un animalito tan tierno como el 600 sólo se trata de consensuar significados
hablando los bichos se entienden